Ciertos filósofos y filósofas,
pertenecientes por lo general al campo del conservadurismo católico, pretenden
que es posible, mediante un método rigurosamente mostrativo de lo que es en su
“darse originario”, dar solución a determinadas cuestiones que formarían parte
de una “filosofía primera” cuya reducción a expresión de puntos de vista
contingentes de carácter histórico, social o incluso psicológico
reduccionismo arbitrario o impropio, al tratar esa “filosofía primera” de cuestiones
intemporales y meta-culturales que harían que ella no fuera de ningún modo “ideología”. Así, se podría dar
respuestas válidas afirmativas con evidencia última, mediante el método
fenomenológico, que es el citado método al que se remiten estos filósofos
cristianos, a cuestiones como la idealidad de la verdad, la objetividad no
naturalista de los valores o el dualismo mente-cuerpo. Estas cuestiones no
estarían implicadas en las cosmovisiones ideológicas, es decir, dependientes de
determinaciones culturales históricas, sino que constituirían problemas dados a
una experiencia individual “originaria” purificada de toda percepción cultural
mediada por la situación relativa del individuo en un contexto social que no le
sería dado a sus “vivencias” pero que condicionaría cualquier contenido de su conciencia en su
inmediatez vivida. sería un
Que en un
conocimiento como el fenomenológico, que requiere una inteligencia tan
especialmente talentosa como la que pueda requerir, por ejemplo, la matemática,
esté la clave para acceder a la solución de problemas metafísicos de la que
depende nuestro destino último objeto de la religión es una actitud
esencialmente no cristiana. Para el cristianismo auténtico la verdad es una
cuestión de fe, que solo puede ser autohumillación de la voluntad ante la
autoridad de la Revelación de Dios.
Muy
significativamente estos cristianos fenomenólogos y fenomenólogas niegan,
remitiéndose a su querido Max Scheler, que el cristianismo suponga una
afirmación de la igualdad de todos los hombres ante Dios, con independencia de
que cada uno pueda percibir o realizar valores diversos o que como personas
mundanas podamos tener valor moral o intelectual diverso. No se quiere admitir
que la novedad radical cristiana, frente al aristocratismo pagano, reside en la
defensa de que todos los hombres pueden alcanzar la perfección que significa la
salvación última independientemente de su conocimiento e inteligencia y de que
no seremos medidos por esta sino por la Bondad.
Estos
fenomenólogos cristianos son filósofos pero no auténticos cristianos. Su verdad
es la verdad filosófica del ser ideal subsistente y del dualismo espiritualista
pero no la Verdad de Cristo, que o bien es una verdad histórico-concreta sobre
el destino último del mundo bajo un Reino de Dios, o bien es la verdad de la
salvación individual por los méritos de Cristo en su sacrificio expiatorio que
nos son asignados para nuestra beatitud eterna. Ellos son intelectuales que se
sienten, desde su muy evidente para ellos superioridad filosófica, capacitados
para valorarnos y juzgarnos a todos moralmente e intelectualmente. En la
encíclica del Papa Francisco “La alegría del Evangelio” (2013) hay un pasaje
que retrata a la perfección a este tipo de cristianos filosóficos:
“Esta
mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente
emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el
subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de
razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en
definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de
sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico
de quienes en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten
superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser
inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una
supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo
narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es
analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la
gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni
los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo
antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de
cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador.”
Los cristianos
filosóficos a los que nos referimos caen a la vez en estas dos formas de eso
que el Papa Francisco llama una mundanidad antropocéntrica y narcisista. Ellos
se glorifican en la filosofía del mundo y dándose gloria unos a otros por el
reconocimiento mutuo de su valor intelectual en sus reductos académicos, y no
se preocupan por la “gloria que solo viene de Dios” (Jn 5, 44)
No se dan
cuenta estos filósofos y estas filósofas cristianos y cristianas que,
independientemente de cuál sea el estatuto último que haya que asignar a la forma ontológica de los valores o la
subjetividad, la concreción vivida de todo contenido
de la conciencia individual está condicionado
socio-históricamente de una manera que el individuo no puede romper con
su acción mediante la intervención de una libertad que parece que estos
fenomenólogos y fenomenólogas también creen que pueden afirmar mostrándola en
la supuesta experiencia originaria del sujeto con su resolutivo método. También
Herbert Marcuse dedica un párrafo magistral, en su ensayo “Notas para una nueva definición de la cultura”, a la clase
de filósofos a la que pertenecen estos intelectuales cristianos:
“La
protesta contra este conductismo
sofocante encuentra un aliviadero irracional en las nuevas filosofías existencialistas,
metapsicológicas y neoteológicas que se oponen a la tendencia positivista. La
oposición es defectuosa, e incluso ilusoria. También contribuye a la decadencia
de la razón crítica en la medida en que se abstrae del material real de la
experiencia sin volver jamás a ella después de que la abstracción ha alcanzado
el nivel conceptual. La experiencia existencial a la que se refiere es también
una experiencia restringida y mutilada, pero, en contraste con el positivismo,
la experiencia es deformada no solamente por el nexo del universo de
experiencia social establecido, sino también por la insistencia en el hecho de
que la decisión u opción existencial puede abrirse camino en este universo y
alcanzar la dimensión de la libertad individual.”
Con su estilo
de filosofar estos intelectuales cristianos solo pueden producir abstracciones
ontológicas que ni pueden ni deben significar absolutamente nada para un
verdadero cristiano.
Aunque sea un
mensaje que, en el caso de que Dios
no exista, se puede atribuir al resentimiento de los desfavorecidos en su
inteligencia por la Fortuna, el Evangelio es bastante claro cuando anuncia que
la Verdad sobre Dios y la salvación no ha sido dada a los sabios y poderosos
sino a los pequeños y pobres de espíritu.
La filosofía fenomenológica
espiritualista y axiológica ocupa el mismo lugar que antaño era ocupado por el
tomismo, pero el clasicismo cosmovisional de este ha sido sustituido por un
clasicismo personalista que se pretende que sirva de base práctica para una
vida burguesa ordenada, asegurada y satisfactoria, que es el fin al que se
supedita todavía hoy toda religiosidad cristiana social y que desvirtúa
totalmente la radicalidad histórica y también existencial del
cristianismo.
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