jueves, 4 de enero de 2018

FALSOS CRISTIANOS FILOSÓFICOS

Ciertos filósofos y filósofas, pertenecientes por lo general al campo del conservadurismo católico, pretenden que es posible, mediante un método rigurosamente mostrativo de lo que es en su “darse originario”, dar solución a determinadas cuestiones que formarían parte de una “filosofía primera” cuya reducción a expresión de puntos de vista contingentes de carácter histórico, social o incluso psicológico gico﷽﷽﷽﷽﷽﷽enolmétodo fenomenolta-culturales que harservadurismo catsería un  reduccionismo arbitrario o impropio, al tratar esa  “filosofía primera” de cuestiones intemporales y meta-culturales que harían que ella no fuera de ningún  modo “ideología”. Así, se podría dar respuestas válidas afirmativas con evidencia última, mediante el método fenomenológico, que es el citado método al que se remiten estos filósofos cristianos, a cuestiones como la idealidad de la verdad, la objetividad no naturalista de los valores o el dualismo mente-cuerpo. Estas cuestiones no estarían implicadas en las cosmovisiones ideológicas, es decir, dependientes de determinaciones culturales históricas, sino que constituirían problemas dados a una experiencia individual “originaria” purificada de toda percepción cultural mediada por la situación relativa del individuo en un contexto social que no le sería dado a sus “vivencias” pero que condicionaría cualquier contenido de su conciencia en su inmediatez vivida.
Que en un conocimiento como el fenomenológico, que requiere una inteligencia tan especialmente talentosa como la que pueda requerir, por ejemplo, la matemática, esté la clave para acceder a la solución de problemas metafísicos de la que depende nuestro destino último objeto de la religión es una actitud esencialmente no cristiana. Para el cristianismo auténtico la verdad es una cuestión de fe, que solo puede ser autohumillación de la voluntad ante la autoridad de la Revelación de Dios.
Muy significativamente estos cristianos fenomenólogos y fenomenólogas niegan, remitiéndose a su querido Max Scheler, que el cristianismo suponga una afirmación de la igualdad de todos los hombres ante Dios, con independencia de que cada uno pueda percibir o realizar valores diversos o que como personas mundanas podamos tener valor moral o intelectual diverso. No se quiere admitir que la novedad radical cristiana, frente al aristocratismo pagano, reside en la defensa de que todos los hombres pueden alcanzar la perfección que significa la salvación última independientemente de su conocimiento e inteligencia y de que no seremos medidos por esta sino por la Bondad.
Estos fenomenólogos cristianos son filósofos pero no auténticos cristianos. Su verdad es la verdad filosófica del ser ideal subsistente y del dualismo espiritualista pero no la Verdad de Cristo, que o bien es una verdad histórico-concreta sobre el destino último del mundo bajo un Reino de Dios, o bien es la verdad de la salvación individual por los méritos de Cristo en su sacrificio expiatorio que nos son asignados para nuestra beatitud eterna. Ellos son intelectuales que se sienten, desde su muy evidente para ellos superioridad filosófica, capacitados para valorarnos y juzgarnos a todos moralmente e intelectualmente. En la encíclica del Papa Francisco “La alegría del Evangelio” (2013) hay un pasaje que retrata a la perfección a este tipo de cristianos filosóficos: 

“Esta mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador.”

Los cristianos filosóficos a los que nos referimos caen a la vez en estas dos formas de eso que el Papa Francisco llama una mundanidad antropocéntrica y narcisista. Ellos se glorifican en la filosofía del mundo y dándose gloria unos a otros por el reconocimiento mutuo de su valor intelectual en sus reductos académicos, y no se preocupan por la “gloria que solo viene de Dios” (Jn 5, 44)
No se dan cuenta estos filósofos y estas filósofas cristianos y cristianas que, independientemente de cuál sea el estatuto último que haya que asignar a la forma ontológica de los valores o la subjetividad, la concreción vivida de todo contenido de la conciencia individual está condicionado  socio-históricamente de una manera que el individuo no puede romper con su acción mediante la intervención de una libertad que parece que estos fenomenólogos y fenomenólogas también creen que pueden afirmar mostrándola en la supuesta experiencia originaria del sujeto con su resolutivo método. También Herbert Marcuse dedica un párrafo magistral, en su ensayo “Notas para una  nueva definición de la cultura”, a la clase de filósofos a la que pertenecen estos intelectuales cristianos:

“La protesta  contra este conductismo sofocante encuentra un aliviadero irracional en las nuevas filosofías existencialistas, metapsicológicas y neoteológicas que se oponen a la tendencia positivista. La oposición es defectuosa, e incluso ilusoria. También contribuye a la decadencia de la razón crítica en la medida en que se abstrae del material real de la experiencia sin volver jamás a ella después de que la abstracción ha alcanzado el nivel conceptual. La experiencia existencial a la que se refiere es también una experiencia restringida y mutilada, pero, en contraste con el positivismo, la experiencia es deformada no solamente por el nexo del universo de experiencia social establecido, sino también por la insistencia en el hecho de que la decisión u opción existencial puede abrirse camino en este universo y alcanzar la dimensión de la libertad individual.”

Con su estilo de filosofar estos intelectuales cristianos solo pueden producir abstracciones ontológicas que ni pueden ni deben significar absolutamente nada para un verdadero cristiano.
Aunque sea un mensaje que, en el caso de que Dios no exista, se puede atribuir al resentimiento de los desfavorecidos en su inteligencia por la Fortuna, el Evangelio es bastante claro cuando anuncia que la Verdad sobre Dios y la salvación no ha sido dada a los sabios y poderosos sino a los pequeños y pobres de espíritu.
La filosofía fenomenológica espiritualista y axiológica ocupa el mismo lugar que antaño era ocupado por el tomismo, pero el clasicismo cosmovisional de este ha sido sustituido por un clasicismo personalista que se pretende que sirva de base práctica para una vida burguesa ordenada, asegurada y satisfactoria, que es el fin al que se supedita todavía hoy toda religiosidad cristiana social y que desvirtúa totalmente la radicalidad histórica y también existencial del cristianismo.  

      

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