viernes, 10 de noviembre de 2017

PENSAMIENTO VITALISTA POSFILOSÓFICO ( continuación)



La auténtica “filosofía edificante” consiste en el ofrecimiento de esos juicios sobre contenidos vitales y culturales concretos que no pueden ser justificados racionalmente y son expresión de intuiciones personales privadas no universalizables, no en un meta-discurso que sigue dándole vueltas hasta la saciedad a la desligitimación de las ideas de conocimiento objetivo y de verdad de la “filosofía sistemática”. Hay que dar el paso desde el meta-discurso deslegitimador de la universalidad y sistematicidad de la filosofía al discurso que presenta sus juicios sin el planteamiento justificador de su verdad intersubjetiva. Ni siquiera basta con los planteamientos de trascendentalismo invertido, como por ejemplo el de Derrida, que plantean lo que podemos llamar la “condiciones de imposibilidad” de todo conocimiento universal objetivo, o en el caso de Derrida, de todo significado permanente e idéntico objetivo. 
Por otra parte, sería inadecuado y no tendría un sentido concreto y real, más allá de la formulación de bonitas proclamas, decir que los juicios expresivos de las intuiciones personales sobre contenidos concretos son el desarrollo de una “razón vital”. Ortega, de quien, como es sabido procede esta expresión, podría pretender que él ejerce una “razón vital” cuando busca fenomenológicamente el sentido inteligible (esencial)  universal del vivir humano, cuando trata de desentrañar la “estructura” máximamente general, incluso llegando a lo ontológico, de aquello en qué consiste la vida humana, pero no ejerce ninguna “razón vital” cuando habla y juzga contenidos concretos de la vida, lo cual, para un pensamiento posfilosófico vitalista es lo más interesante, al darnos la perspectiva concreta de un existente situado en una coyuntura histórica y en un modo psicológico de vivir que tienen interés para constituir un modelo concreto intelectual, cultural y espiritual. Lo primero, la indagación fenomenología del vivir en su esencia universal, aunque esa esencia se dinamice, se pragmatice y se historifique todo lo que se quiera, no puede llevarnos mucho más allá de la enunciación de trivialidades, como la del propio Ortega cuando habla de la vida como un conjunto “de facilidades y dificultades”. Se puede intentar subir el nivel, como hace Heidegger, a base de jerga ontológica y de tremendismo existencial de relleno, pero seguimos así sin salir de un pensamiento fenomenológico trivial, que a pesar de que él lo niegue, no es sino una operación de abstracción realizada sobre la vida, inseparable, en su ser fáctico, de sus contenidos culturales y psicológicos plurales no reducibles todos ellos a negatividad “existencial”.    
En tanto los juicios sobre contenidos vitales en su valor no pueden ser justificados por una evidencia accesible para todos los seres dotados de lenguaje o por todo ser capaz de tener la pretensión de vivir la verdad en su conciencia, esos juicios son juicios con una pretensión de verdad irracional. Solo pueden ser mantenidos como creencia sin pretensión de validez universal. A pesar de ello, su verdad es un valor absoluto para lo que hemos llamado la vida psicológica privada del sujeto que los mantiene. Tienen que ser mantenidos como verdaderos por el sujeto que los proclama, aunque no puedan pretender una objetividad de sentido universal. Aquí radica el significado trágico de la “verdad subjetiva”, en que en ella el sujeto cree sin poder universalizar como objetividad compartirle el contenido de su creencia. 
Si no hay posibilidad de probar la universalidad, al menos potencial a través de un diálogo en ampliación progresiva hasta la intersubjetividad total, de la evidencia, no hay objetividad, no hay “verdad objetiva”. La perspectiva individual no universalizable solo puede dar una “verdad subjetiva”, una verdad sobre lo que esa perspectiva es, sobre su  identidad sustancial existencial, pero no sobre lo objetivo. La posición de Max Scheler sobre la existencia de una intuición radicada en su posibilidad en el ser psicológico total, no únicamente intelectual, del sujeto pero que da el valor objetivo de contenidos vitales y culturales concretos es una posición injustificada que privilegia arbitrariamente la posición psicológica particular de la propia subjetividad, que intuye esencialmente el valor.
La subjetividad perspectivística de los juicios de intuición no se salva ni se supera ni siquiera mediante el recurso a una presunta captación por parte de ella de una esencialidad a priori del valor. La intuición solo puede dar una “verdad subjetiva” sobre hechos, no esencias, de valor de realidades particulares captadas en perspectivas particulares incapaces de dar la pura universalidad de la objetividad, de lo que tiene la posibilidad de ser captado en evidencia accesible para todos. La captación intuitiva del valor se realiza sobre el hecho existente, sobre lo fáctico, aprehendiendo su totalidad significativa, no sobre una esencia separada metafísicamente del hecho, aunque para esa captación no sea necesario un proceso inductivo de comparación de unos hechos con otros, sino que sea suficiente con la mirada que comprende el significado del hecho en su unicidad portadora de su sentido de valor sustentado en el propio hecho como totalidad intuida. Intuición del valor del hecho es captar de manera directa el sentido total y único del hecho, y separar el valor del hecho en su sentido total y único para convertirlo en una esencia independiente de lo fáctico es el resultado de un mecanismo de abstracción metafísica, por el que se separa en el pensamiento lo que ha sido dado, en cuanto ser, formando una unidad, el hecho existente y su significado de valor.

Insistimos en el carácter trágico que tiene el que lo que es captado como válido por el sujeto en su capacidad de de intuición desde su perspectiva particular no pueda ser elevado a la evidencia de lo válido intersubjetivamente. No hay verdad objetiva sin intersubjetividad de la evidencia, pero el sujeto perspectivístico tiene que considerar en su vida como válido sin justificación racional posible lo que capta particularmente desde su perspectiva. Esta no justificabilidad racional intersubjetiva de lo dado en la propia perspectiva particular personal impide ese armonismo de las perspectivas que parece suscribir Ortega cuando defiende una colaboración dialógica entre perspectivas para realizar el acercamiento progresivo a la verdad total objetiva de lo real: “en vez de disputar, integremos nuestras visiones en generosa colaboración espiritual, y como las riberas independientes se aúnan en la gruesa vena del río, compongamos el torrente de lo real”. (“Verdad y perspectiva”, 1916, Obras Completas II, pg. 163, Madrid, 2004). Pero el individuo que no puede justificar intersubjetivamente la validez de su perspectiva particular haría mejor en refugiarse en una soledad donde esa perspectiva valga absolutamente para su vida psicológica privada como “ verdad subjetiva”, como verdad irrenunciable de la subjetividad interior que es la verdad de su existencia, como Kierkegaard no se cansó de predicar, por mucho que él pueda participar también, en algunos momentos de su vida,  en la intersubjetividad de la ciencia y de la razón práctica plasmada en la salvaguarda ética y política de principios de convivencia y comunicación justas.   

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