domingo, 12 de noviembre de 2017

LA VERDAD SUBJETIVA Y SU LIMITACIÓN ÉTICO-POLÍTICA

La única forma posible de salir de la filosofía como “búsqueda de la certeza’ es conceder a las creencias privadas sobre las que no puede haber certeza objetiva un valor de verdad válido para la propia vida psicológica privada. Se lleva acabo así no una transformación práctica-diálogica de la filosofía sino su superación.  
En que la validez de la verdad proclamada de las creencias sea solo para la vida psicológica privada está el límite político de esta superación de la filosofía. La superación sería total si fuera lícito imponer políticamente como verdadero lo creído, pero ahí no se puede llegar a causa de una motivación de prudencia que emana de manera pragmática de un aprendizaje moral histórico. La vigencia de una racionalidad práctica intersubjetiva limitadora de la “verdad subjetiva” de las creencias personales privadas reposa en última instancia en un motivo de interés pragmático, no puramente racional, en evitar el daño, el sufrimiento y la muerte a los que llevaría una convivencia basada en el imperio de creencias no universalizables en su verdad evidente. La intersubjetividad racional y su vigencia ética y política no pueden prescindir totalmente de este interés pragmático al  que por su fuerza práctica fáctica y la urgencia y gravedad de la necesidad de su satisfacción no se le puede exigir tampoco una fundamentación justificativa puramente racional. Pero el contenido universalista, no la decisión última sobre la necesidad de respetar su vigencia política, de la razón intersubjetiva no tiene un carácter pragmático contingente sino que puede ser establecido, como hace Kant con su imperativo categórico, de manera estrictamente lógico-práctica. Hay que reservar para lo válido políticamente una necesidad de refrendo intersubjetivo universalista. “La búsqueda de la certeza” como evidencia de lo accesible y compartible de manera intersubjetiva hay que mantenerla para el establecimiento de lo válido políticamente.  
Igualmente, hay que preservar unos límites éticos de la acción que también tienen que estar refrendados por evidencia universal probada en el acuerdo intersubjetivo que incluye potencialmente a todos los seres capaces de lenguaje. En realidad, la validez de estos límites éticos coincide con la validez de un ámbito político por encima de la validez psicológica privada de las creencias. Los limites ético-políticos que impone este ámbito al ámbito vital psicológico son los límites de lo referido a la convivencia y la comunicación justas sobre lo realizativo y expresivo de la subjetividad individual. 
Como hemos dicho, la creencia despreocupada de la necesidad de autojustificación por la certeza objetiva de la evidencia significa la efectiva, aunque limitada, superación de la filosofía y la “búsqueda de la certeza” que la había caracterizado según la conocida expresión de Dewey. Pero esta superación ya no consiste en el pragmatismo social de este autor, sino en la afirmación de un ámbito privado de validez proclamada y no justificada como ámbito vital psicológico que queda por debajo de y limitado por los principios ético-políticos necesitados de justificación universalista en la evidencia intersubjetiva certificada en el consenso dialógico.   
Pero además, la creencia del ámbito psicológico libre de razonamiento sobre su justificación racional-dialógica no es simplemente un ámbito despreciable de las meras opiniones en su concurrencia disonante que aboca a la admisión del relativismo escéptico o a que el pensamiento esté obligado a callar sobre él y referirse solo a lo universalizable en la intersubjetividad comunicativa, sino que las creencias son expresión de la “verdad subjetiva” de aquellos que las proclaman y las mantienen sin justificación filosófica en la evidencia. Cada cúmulo personal de creencias privadas constituye una perspectiva vital que es la verdad del existente que en ella se encuentra y que desde ella tiene que mirar al mundo. 

En la medida en que aquí la validez injustificada de la creeencia se limita políticamente, seguimos aquí manteniendo una precaución filosófica, es decir, nos resignamos a que la superación de la filosofía no sea total. No enunciamos, como por ejemplo hacen hoy los fundamentalistas religiosos, una pretensión de verdad de lo que creemos sin ningún límite impuesto por la filosofía como reflexión sobre los requisitos de diferentes esferas de validez. Y en la medida en que nuestro objetivo está en delimitar la esfera de la validez vital psicológica de la creencia en relación a la esfera de la racionalidad intersubjetiva universalista, nuestra tarea sigue siendo filosófica. El pensamiento vitalista posfilosófico solo comienza cuando, una vez realizada la tarea filosófica previa de delimitación de esferas de validez, se proclaman las propias creencias en forma de juicios sobre valores y cosmovisionales que ignoran toda necesidad de autojustificación intersubjetiva, sin ni siquiera advertirlo y sin necesidad de recordar los límites que se han establecido previamente de manera filosófica, aunque se respeten esos límites, pero sin necesidad de prestarles atención, pues el individuo que se expresa y realiza con su “verdad subjetiva” se dirige ahora intencionalmente solo al contenido de sus creencias. Entonces, ya no se sueña sabiendo que se está soñando, actividad en la que Nietzsche veía la dificultad de un pensamiento vitalista posnihilista, sino que directamente se sueña habiendo perdido toda conciencia de estar haciéndolo. 

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