jueves, 2 de noviembre de 2017

APUNTES PARA UN ENSAYO SOBRE EL IRRACIONALISMO VITAL Y LA RACIONALIDAD PRÁCTICA

El rechazo de la Razón filosófica occidental solo tiene sentido y es posible desde la reivindicación del sentimiento y las pasiones. Si no es posible asignar a la irracionalidad psicológica emocional el descubrimiento de una Verdad inalcanzable para la Razón filosófica, sí es posible asignarle una función de autoafirmación expresiva que haya abandonado la compulsión filosófica a la obtención de una Verdad universal normativa.
Después de la bancarrota de las instancias racionales fundamentadoras de una Verdad universal, solo queda el individuo sin fundamento con su pulsión de autoafirmación expresiva más allá de toda pretensión de aseguramiento de la validez intersubjetiva de las certezas subjetivas de su creencia y su sentimiento. Esas certezas subjetivas ya no pueden pretender una validez práctica, ética y política, pero se convierten en un valor absoluto para su vida psicológica privada.
Dándole vueltas y más vueltas a las razones del relativismo y el contextualismo  no se supera la filosofía. Esta solo se supera cuando lo subjetivo infundado se presenta como dotado de validez absoluta para el individuo y su vida de existente concreto. La consciencia de que no es posible la Verdad universal fundamentada solo debe manifestarse en la reserva política sobre el carácter no vinculante intersubjetivamente de lo presentado como verdad subjetiva del existente, pero, aparte de esto, lo creído y sentido debe presentarse como válido absolutamente en la vida individual del existente con toda la concreción psicológica del sujeto desentendido de la coacción intersubjetiva hacia una Verdad universal consensuada.
Los autores que sacaron las consecuencias reales de la pérdida de la posibilidad de fundamentación de una Verdad universal fueron Kierkegaard y Stirner, que pusieron en el individuo aislado y reducido a concreción psicológica el lugar de la soberanía de una Verdad no universal absolutamente válida para la vida de ese individuo retirado de la obligación social de probar su verdad como válida según criterios de fundamentación universalista. Ambos autores abrieron un campo de la verdad subjetiva desvinculado del terreno ético-político de la verdad necesitada de acuerdo intersubjetivo. Pero no se trataría de negar la necesidad de ese terreno ético-político, que es exigido por la base de convivencia de las condiciones materiales de la existencia humana, sino de que sobre esa base convivencial, necesitada de principios que posibiliten la existencia material de los hombres en un estado de la máxima libertad compatible con la seguridad, se levante un campo psicológico donde pueden imperar, como producto de esa libertad garantizada por el orden de la seguridad en la convivencia, contenidos vitales de validez individualista, contenidos creídos y sentidos como la verdad subjetiva de la identidad suprasocial del individuo, no principios universalistas con pretensión de validez basada en una evidencia accesible para todos en tanto puros seres racionales desvinculados de su idiosincrasia psicológica o basada en un consenso donde todos puedan intervenir como puros seres dotados de lenguaje también sin idiosincrasia psicológica contingente. 
En el sentido de este individualismo de la verdad subjetiva psicológica desactivada de lo social entendido como exigencia de universalidad práctica, hay que entender también el inmoralismo de Nietzsche: como la validez subjetiva psicológica de valores que se hayan más allá de los principios formales universalistas de convivencia y comunicación justas.

El problema del pensamiento ético contemporáneo centrado en la búsqueda de un aseguramiento racional de los principios de convivencia y comunicación justas está en que ha olvidado que esos principios solo sirven para conformar un marco justo de la vida pero no para proporcionar a esta contenidos que la realicen a la medida de las exigencias y necesidades individuales psicológicas. No tiene claro este pensamiento que los individuos tienen que actuar en un marco donde imperen políticamente principios de justicia, pero dentro de él no tienen más remedio, y ello pertenece a su necesidad vital de individuos, que actuar motivados por la aspiración a su forma de vida peculiar, cuya justificación solo puede estar en su contingencia psicológica ajena a cualquier tipo de racionalidad práctica orientada exclusivamente al sostenimiento de la convivencia y la comunicación justas. Los contenidos vitales concretos, cuya búsqueda individualista es precisamente lo que se trata de hacer posible por la convivencia y la comunicación justas garantizadoras de la libertad y seguridad de todos y cada uno, solo pueden ser dados en la afirmación de la verdad subjetiva de la propia identidad entendida en términos de privacidad psicológica ajena a toda compulsión a la validez práctica intersubjetiva. Los contenidos vitales solo pueden ser buscados “más allá del bien y del mal” de la validez intersubjetiva, en una privacidad psicológica que no destruya la convivencia y que sea posibilitada por ella, pero que remita a la subjetividad despegada de la Razón práctica.  

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