miércoles, 27 de septiembre de 2017

EXPLICACIÓN A PROPÓSITO DE LA PSICOLOGÍA DE ALFRED ADLER

Se puede tener un complejo de inferioridad que se trata de ocultar y compensar mediante un complejo de superioridad, tal y como según Adler nos ocurre a los neuróticos, y ambos estar justificados por ser la verdad psicológica de quien los tiene. Por ejemplo, se puede tener un complejo de inferioridad motivado por creer ser menos inteligente que la mayoría y ser ello verdad y al mismo tiempo gracias a ello el sujeto en cuestión puede darse cuenta de que la mayoría de los inteligentes desperdician su inteligencia en la vida por ponerla al servicio de negocios, tecnoburocratismos, cientificismos e idioteces y vulgaridades social varias. El complejo de inferioridad puede servir para hacer posible la percepción de la “falsedad” objetiva de la vida de los demás.
            Adler diría que esos usos de la inteligencia son los que dicta el “interés social” y la capacidad de la persona para colaborar en los fines sociales gracias a su “sentimiento de comunidad”. Esta noción de “interés social” alcanzó un lugar central en la psicología de Adler, pues él consideraba que es el desarrollo de ese “interés social” de forma correcta el que salva de la neurosis al dirigir el afán de superación y perfección, que es el motivo director de toda la vida psíquica, en una dirección socialmente útil, de tal manera que el sentimiento de inferioridad queda superado de una manera socialmente funcional. De esta manera podemos decir que quedaba compensado en la psicología de Adler o Psicología Individual su inicial planteamiento nietzscheano de considerar la “voluntad de poder” psicológica como el factor desencadenante de toda la dinámica personal.
            Pero a Adler habría que decirle que los fines establecidos como socialmente funcionales y a los que debe dirigirse el individuo para encontrar su salud mental y su equilibrio personal pueden entrar en contradicción con la exigencia de desarrollo humano individual pleno, auténtico y eminente. Y eso sucede en una sociedad, como la actualmente establecida, donde el fin de su funcionamiento es la simple y nuda autoconservación y que no está al servicio del desarrollo humano excelente. La psicología de Adler carece de toda dimensión crítica capaz de valorar la adecuación de los fines de la civilización a la exigencia humana de perfección cultural  y vital de los individuos, perfección que debiera ser el objetivo perseguido por todo el funcionamiento social, no la simple autoconservación y acumulación progresiva de medios. Pero Adler mismo nos dice que su psicología es una psicología de la adaptación social , o sea, un psicología filistea, incapaz de valorar el bien objetivo cultural  de los individuos por encima del mero funcionamiento social carente de todo sentido de perfeccionamiento humano individual que lo haga valioso espiritualmente y no una mera continuación del impulso natural de autoconservación.
            Hoy es un hecho, perceptible para toda capacidad sensible de intuición social, que para relacionarse socialmente, capacitarse para el trabajo y resolver el problema sexual-afectivo, las tres grandes tareas a las que Adler reduce la realización personal, las personas de nuestra sociedad tienen que usar su inteligencia y el resto de sus habilidades  en un sentido que no desarrolla sino que entorpece sus posibilidades culturales y espirituales. Y la realización cultural del individuo debería anteponerse incluso a esas tres mencionadas tareas a las que Adler reduce, también de manera muy filistea, el éxito del desarrollo humano personal. Hoy la realización cultural humana de la persona parece que sólo puede llevarse a cabo en el caso en que es posible la retirada neurótica del mundo social objetivo, cuyo sometimiento a los imperativos de una racionalidad instrumental y tecnoburocrática no lo hace apto para que en él pueda desenvolverse la excelencia humana vital, cultural y espiritual. Tanto el trabajo, como las relaciones sentimentales, como las relaciones sociales obligan hoy al individuo a desarrollar actitudes, valores y capacidades que no son las propias del sujeto autónomo y culturalmente eminente, que tal vez, hay que decirlo, pudo florecer, en armonía con la exigencia de funcionalidad social, en la época “clásico”-burguesa, época todavía vigente en los tiempos en los que vivió Adler (1870-1937), o al menos en sus años de formación.

            Hoy la cultura de masas, en la que uno se ve inevitablemente envuelto  a través de las relaciones sociales y sentimentales, y la organización tecnoburocrática del trabajo han acabado totalmente con la posibilidad de desarrollo cultural en armonía con la funcionalidad social.   

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