viernes, 29 de septiembre de 2017

COMUNICADO SOBRE MI POSTURA EN RELACIÓN A LA CUESTIÓN CATALANA

Más allá de legalidades y legitimidades, yo sí creo que es un problema, como dicen los propios nacionalistas catalanes, de choque de nacionalismos. Yo hasta ahora me consideraba un nacionalista español solo cultural, pero todo esto ha hecho que se politice mi nacionalismo. Yo estoy del lado nacionalista español no porque crea que exista una verdad histórica o una naturaleza de la cosa misma que lo justifiquen , ni porque crea en una razón universal y a priori neutra que en este caso estaría del lado español, sino solo porque yo contingentemente soy español y me ha tocado este lado y mi sentimiento personal , por ello, está del lado español. En cuestiones de orden sustancial, que no atañen simplemente a la justicia de las formas procedimentales de convivencia y comunicación, cuando de lo que se trata es del contenido "material" de valores, no cuestiones de mera validez formal, hay que decidirse por una de las dos posturas enfrentadas en base a motivos no racional-universales, solo según la posición contingente de cada uno, según el sentimiento contingente y particular de cada uno.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

NOTA SOBRE FREUD Y ADLER


El pansexualismo del doctor vienés –que además no es exacto, pues Freud introdujo a partir de la Primera Guerra Mundial en su teoría la pulsión de muerte (Tánatos junto a Eros y aun supeditando a Eros), en el libro “Más allá del principio del placer”, para tratar de comprender las neurosis de guerra –puede convertir su psicología en una psicología de prostitutas. Pero a pesar del uso que aquí se ha hecho de la Vulgata freudiana, tenemos el convencimiento de que el nietzscheano Adler, con su teoría de que la estructura neurótica –que todos tenemos, pero unos la resuelven y otros no la resolvemos –está motivada por un complejo de inferioridad que se trata de compensar mediante un complejo de superioridad, y no por la represión de la pulsión sexual y el posterior regreso de lo reprimido, tenía razón frente a Freud. En el hombre es la lucha por el reconocimiento lo que crea las heridas narcisistas que causan los verdaderos problemas.)

EXPLICACIÓN A PROPÓSITO DE LA PSICOLOGÍA DE ALFRED ADLER

Se puede tener un complejo de inferioridad que se trata de ocultar y compensar mediante un complejo de superioridad, tal y como según Adler nos ocurre a los neuróticos, y ambos estar justificados por ser la verdad psicológica de quien los tiene. Por ejemplo, se puede tener un complejo de inferioridad motivado por creer ser menos inteligente que la mayoría y ser ello verdad y al mismo tiempo gracias a ello el sujeto en cuestión puede darse cuenta de que la mayoría de los inteligentes desperdician su inteligencia en la vida por ponerla al servicio de negocios, tecnoburocratismos, cientificismos e idioteces y vulgaridades social varias. El complejo de inferioridad puede servir para hacer posible la percepción de la “falsedad” objetiva de la vida de los demás.
            Adler diría que esos usos de la inteligencia son los que dicta el “interés social” y la capacidad de la persona para colaborar en los fines sociales gracias a su “sentimiento de comunidad”. Esta noción de “interés social” alcanzó un lugar central en la psicología de Adler, pues él consideraba que es el desarrollo de ese “interés social” de forma correcta el que salva de la neurosis al dirigir el afán de superación y perfección, que es el motivo director de toda la vida psíquica, en una dirección socialmente útil, de tal manera que el sentimiento de inferioridad queda superado de una manera socialmente funcional. De esta manera podemos decir que quedaba compensado en la psicología de Adler o Psicología Individual su inicial planteamiento nietzscheano de considerar la “voluntad de poder” psicológica como el factor desencadenante de toda la dinámica personal.
            Pero a Adler habría que decirle que los fines establecidos como socialmente funcionales y a los que debe dirigirse el individuo para encontrar su salud mental y su equilibrio personal pueden entrar en contradicción con la exigencia de desarrollo humano individual pleno, auténtico y eminente. Y eso sucede en una sociedad, como la actualmente establecida, donde el fin de su funcionamiento es la simple y nuda autoconservación y que no está al servicio del desarrollo humano excelente. La psicología de Adler carece de toda dimensión crítica capaz de valorar la adecuación de los fines de la civilización a la exigencia humana de perfección cultural  y vital de los individuos, perfección que debiera ser el objetivo perseguido por todo el funcionamiento social, no la simple autoconservación y acumulación progresiva de medios. Pero Adler mismo nos dice que su psicología es una psicología de la adaptación social , o sea, un psicología filistea, incapaz de valorar el bien objetivo cultural  de los individuos por encima del mero funcionamiento social carente de todo sentido de perfeccionamiento humano individual que lo haga valioso espiritualmente y no una mera continuación del impulso natural de autoconservación.
            Hoy es un hecho, perceptible para toda capacidad sensible de intuición social, que para relacionarse socialmente, capacitarse para el trabajo y resolver el problema sexual-afectivo, las tres grandes tareas a las que Adler reduce la realización personal, las personas de nuestra sociedad tienen que usar su inteligencia y el resto de sus habilidades  en un sentido que no desarrolla sino que entorpece sus posibilidades culturales y espirituales. Y la realización cultural del individuo debería anteponerse incluso a esas tres mencionadas tareas a las que Adler reduce, también de manera muy filistea, el éxito del desarrollo humano personal. Hoy la realización cultural humana de la persona parece que sólo puede llevarse a cabo en el caso en que es posible la retirada neurótica del mundo social objetivo, cuyo sometimiento a los imperativos de una racionalidad instrumental y tecnoburocrática no lo hace apto para que en él pueda desenvolverse la excelencia humana vital, cultural y espiritual. Tanto el trabajo, como las relaciones sentimentales, como las relaciones sociales obligan hoy al individuo a desarrollar actitudes, valores y capacidades que no son las propias del sujeto autónomo y culturalmente eminente, que tal vez, hay que decirlo, pudo florecer, en armonía con la exigencia de funcionalidad social, en la época “clásico”-burguesa, época todavía vigente en los tiempos en los que vivió Adler (1870-1937), o al menos en sus años de formación.

            Hoy la cultura de masas, en la que uno se ve inevitablemente envuelto  a través de las relaciones sociales y sentimentales, y la organización tecnoburocrática del trabajo han acabado totalmente con la posibilidad de desarrollo cultural en armonía con la funcionalidad social.   

UNA NOTA SOBRE EL ASUNTO CATALÁN Y OTRA SOBRE EL SENTIMIENTO NACIONAL

Los nacionalistas catalanes con mentiras o no mentiras, en todo caso con su propia interpretación de la historia, que siempre es discutible y a la que siempre se le puede oponer otra interpretación hecha desde otro relato histórico y cultural, han creado una comunidad de personas arraigadas en su sentimiento nacional. El sentimiento nacional español ha sido sistemáticamente desmantelado y menospreciado y no existe una comunidad nacional española de personas arraigadas en su sentimiento patriótico, más allá del sentimiento de orgullo deportivo o cosas así. Por eso es bastante posible que los nacionalistas catalanes venzan y en todo caso la batalla cultural ya la han ganado.


Algunos no tienen el sentimiento de pertenencia a una nación porque son incapaces de elevarse por encima del localismo referido al suelo natal más inmediato y basado en relaciones personales "cara a cara" al sentimiento de pertenencia a una comunidad histórica basado en factores ideales y espirituales.
Y hay algunos que ven la paja del localismo en el ojo ajeno y no ven la viga de lo mismo en el propio. Sé lo que digo porque soy de pueblo

sábado, 2 de septiembre de 2017

CONSIDERACIONES ESTÉTICO-FILOSÓFICAS CON MOTIVO DE UN VIAJE A BAYREUTH

Bayreuth es hoy un lugar más del circuito estival de los festivales musicales europeos recorrido por degustadores de la llamada música clásica que dedican sus vacaciones a su autoafirmación estética y cultural a base de la ostentación de un ocio que se supone selecto y distinguido. Nadie está legitimado para poner en duda la propiedad y hondura de las vivencias estéticas que en el interior de los espectadores que acuden a Bayreuth puedan producirse aun contando con la efectividad exterior del contexto de cultura social al que nos hemos referido. Pero el público wagneriano actual parece dividirse entre los conservadores culturales que ven en Wagner una seña de identidad estética antimoderna y los simples degustadores de ópera para quienes Wagner es un autor más dentro del repertorio lírico. Hoy es definitivo que Wagner ha fracasado tanto en su idea posrevolucionaria del exilio suizo acerca de la “obra de arte total” como vehículo artístico de una utopía estético-política como en su más tardía pretensión de convertir su obra en un sustituto sublimado de la religión convencional.  
             En cualquier caso y aunque el fracaso mencionado responde a condiciones sociales y culturales objetivas que no pueden ser subsanadas por ninguna voluntad o predisposición estética de los espectadores, Wagner debería tener un público intelectual-filosófico y no de burguesía alta o de nivel medio con pretensiones de adquirir un status cultural aparente a través de la participación en ceremonias operísticas desprovistas de problematicidad “ideológica”. Es cierto que el recurso a puestas en escena comprometidas con la experimentación vanguardista, si es que todavía tiene algún sentido hablar de “vanguardia” en estos tiempos culturalmente estancados, parte de la pretensión de aniquilar en la misma base escénica del espectáculo wagneriano su conversión en ornamento vivencialmente gratificante para el ocio burgués selecto. Y también estas puestas en escena evitan la conversión de Bayreuth en centro de peregrinación para una burguesía nutrida de conservadores culturales que hagan de Wagner un icono de una muy problemática antimodernidad estética que crea ingenuamente que a base de romanticismo conservado en plan museístico el buen burgués y la buena burguesa pueden situarse placenteramente a salvo de la problemática histórico-ideológica que conlleva la efectividad social y económica de la modernidad. Pero las puestas en escena bayreuthianas parecen haberse instalado en una posmodernidad persistente que mezcla, confunde y “deconstruye” significados, más que en una modernidad vanguardista que produzca efectos de distanciamiento frente a la inmediatez emocional romántica o en una “aplicación” del sentido de las obras wagnerianas a una reflexión sobre la modernidad que aparezca en un sentido claro y definible en relación con una problemática moderna no superada por el confusionismo cultural de las fintas y revoloteos posmodernos.
Entre los conservadores culturales wagnerianos me consta que hay incluso algunos cuya ignorancia filosófico-ideológica les hace situarse en terrenos que no están alejados del reconocimiento de una supuesta superación de la modernidad intentada en el fascismo histórico. Pero sin llegar al grave error ideológico de esta posición, a otros de estos conservadores culturales wagnerianos les gustaría tener gracias a Wagner su “cultura afirmativa” romántica, es decir, tener en él su mundo estético de alta idealidad cultivada en una interioridad a salvo de la problematicidad política y social de la modernidad históricamente efectiva. Para ellos, los graves efectos negativos de la modernidad podrían ser neutralizados solo con que encontráramos un refugio estético en una  vivencia interior que no estuviera contaminada por los “feístas” que con su arte extraviado nos vienen a molestar mostrándonos el reflejo estético de nuestro destino moderno efectivo en nuestro ser social.
Ahora bien, esos conservadores culturales tienen razón en que ante los efectos negativos de la modernidad solo caben compensaciones románticas, lo cual implica la búsqueda de un refugio interior en forma de “cultura afirmativa”. Pero esas formas de “cultura afirmativa” no pueden quedar simplemente en la reavivación de un romanticismo apoyado en recreaciones de la teatralidad escénica naturalista y en interpretaciones “idealistas” maniqueas del asunto dramático de las obras wagnerianas. Y por supuesto debe neutralizarse por completo el intento de convertir la obra wagneriana en un estímulo de la antimodernidad política.
Proponemos, pues, en la recepción de Wagner un nuevo romanticismo compensatorio de lo que ha sido llamado las patologías de la modernidad, pero que sea algo más que una nostalgia ingenua del siglo XIX. Y conozco wagnerianos cuya vivencia de la música de Wagner les remite a eso.
Se trataría de una “cultura afirmativa” nutrida de un romanticismo psicológico, no político. Como “cultura afirmativa”, este wagnerismo tendría un sentido de compensación y evasión y de cultivo de una satisfacción estética interior , pero no de incitación para la denigración política o cultural pública de una modernidad cuyos intentos de superación, hacia delante o hacia atrás, reaccionarios o revolucionarios, deben ser abandonados terminantemente a causa del aprendizaje moral histórico que las experiencias políticas del siglo XX han impreso y deben seguir imprimiendo sobre la conciencia colectiva política de la humanidad.
Y sería una ilusión pensar que simplemente podemos evadirnos de la modernidad, con sus patologías y su imposibilidad de ser completada enteramente en un sentido emancipatorio, mediante un nihilismo gozoso y lúdico posmoderno. A pesar de todas las experiencias espectaculares posmodernas, seguimos viviendo en la modernidad burguesa y sus problemas, los derivados de un proceso de racionalización capitalista tecnoburocrática que deja reducidas a apariencia e insignificancia todas las liberaciones culturales, estéticas e incluso pulsionales, políticas y sociales que la misma modernidad ha traído, siguen siendo los nuestros. Frente a este proceso de racionalización solo caben compensaciones culturales y estéticas, que, efectivamente, no pueden significar una liberación, pero sí un refugiarse en un mundo “ideológico” que atenúe en el interior de los gozadores estéticos y culturales los efectos de desencantamiento y “afeamiento”, cosificación y sinsentido funcionante sin finalidad de valor humano superior que tiene la racionalización. Es decir, por un romanticismo “ideológico” que oculte y haga olvidar las deficiencias de la modernidad situándonos en un mundo estético ficticio en su superioridad y valor afirmativo.
Se dirá que por qué preferir la evasión romántica individualista a al evasión posmoderna del nihilismo gozoso. La diferencia está en que la primera no niega la problemática moderna referente a la contradicción entre individuo y sociedad que es producida por el proceso de racionalización burgués-capitalista sino que le da una solución a la medida con el carácter romántico de esa problemática moderna, mientras que la evasión posmoderna pretende que esa problemática ya no existe o puede ser ignorada. La evasión romántica individualista evita tanto la ilusión de poder solucionar políticamente el conflicto de la individualidad con un medio social endurecido y extrañado por la racionalización como la negación posmoderna de ese conflicto moderno.
Nietzsche vio bien en un momento de sus escritos antiwagnerianos que en Wagner los asuntos dramáticos mitológicos encierran en realidad una problemática burguesa, y alude a Madame Bovary como modelo de los héroes y heroínas wagnerianos. Esta problemática es la del individuo afectado por un orden social sometido a una lógica racionalizadora que se hace extraña a su aspiración a la realización humana, que en Wagner aparece transfigurada y potenciada al máximo como “redención”. El orden de los pactos y compromisos sociales contractuales (que se presentan repetidamente en el "Anillo" como principios urdidores de un destino maldito) aparece como opuesto al ansia individual inmediata de relaciones basadas en la espontaneidad vital, que en Wagner aparece como “amor”. Esta contradicción ocurre en un esfera psicológica y es ilusorio pensar que pueda ser reconciliada políticamente. La problemática burguesa moderna que hay en Wagner es la de la individualidad que no encuentra su realización en el contexto de una sociedad sometida a la lógica “sistémica” del poder racionalizador, no la de un “mundo de la vida” intersubjetivo cuya racionalidad alternativa a la racionalidad “sistémica” dominante pudiera ser rescatada para una política basada en el entendimiento y no en la lógica “estratégica” de la dominación. Toda política posible se basa en una lógica que contradice la espontaneidad individual en su inmediatez afectiva y pulsional. Esta individualidad “irracional”, no portadora de ninguna racionalidad alternativa a la razón instrumental y estratégica moderna, solo puede encontrar su realización y satisfacción en lo estético de una cultura afirmativa privada e interiorizada. No es una supuesta razón comunicativa del mundo de la vida intersubjetivo lo que necesita de salvación en el contexto moderno de racionalización “sistémica”, sino el mundo pre-racional y pre-lingüístico de la individualidad afectiva y pulsional. Es esa individualidad pre-racional y pre-lingüística la que es receptiva al arte dramático-musical de Wagner, que expresa en el elemento musical de su obra, que Wagner consideraba que tenía un carácter irracional “femenino”, todo el mundo de la voluntad profunda individual, que es lo que verdaderamente está en contradicción con el proceso moderno de racionalización social.
Justo por esto, hay que conceder una primacía en la recepción romántica individualista de la obra de Wagner a su parte puramente musical sobre la temática dramática, que, especialmente en el “Anillo” y en “Parsifal”, es demasiado deudora de una visión política del problema de la modernidad y de sus posibles soluciones. Distinto es el caso de las llamadas óperas románticas (“El holandés errante”, “Tannhäuser” y “Lohengrin”), en las que su temática dramática es perfectamente asimilable referida a una problemática psicológico-afectiva y la “redención por el amor” va referida al destino de la individualidad singular y no al destino político de la humanidad. Pero se puede generalizar y decir que en Wagner lo musical se corresponde con lo psicológico y lo dramático está contaminado por la política. Hay que dejarse llevar en la recepción de Wagner por lo psicológico-musical y neutralizar todo lo que sea posible la política. Para ello también debe ser concedida una primacía a la interpretación de los temas dramáticos basada en lecturas de la psicología profunda sobre la interpretación política, que por muchos esfuerzos hermenéuticos que se hagan, siempre nos va a colocar en lo referente a la obra de Wagner en el terreno de un maniqueísmo romántico cuyas implicaciones antimodernas nos llevarían directamente a posiciones peligrosas por su reaccionarismo simplificador y no consciente de la problemática ambivalencia de la modernidad.
En la recepción de Wagner es perfectamente posible aislar los efectos emotivo
irracionales de su música de las complicaciones argumentales y simbólicas de sus temas dramáticos, sobre los que ha de aplicarse el entendimiento. Es posible dejarse llevar por el sentimiento de la música olvidándose por completo de su pretendida significación dramática. Decir esto supone admitir que Wagner fracasó en su intento de que su obra supusiera una síntesis perfecta entre música y drama , entre sentimiento profundo irracional (“femenino”, decía él) e inteligencia productora e interpretadora de una simbología dramática. El rapto emocional que estimula la música wagneriana puede hacerse autónomo frente a los significados dramáticos que Wagner quiso depositar en ella. En el planteamiento teórico de Wagner hay latente una supeditación de la música como expresión emocional de la voluntad a la representación, que pertenece al reino del entendimiento. Pero esta supeditación puede ser quebrada en la escucha efectiva de la música, que puede dejarse llevar por la estimulación emotiva olvidándose de la trama de significados que la inteligencia dramática de Wagner quiso urdir con ella. Esto supone, desde luego, ir totalmente en contra de lo que Wagner quería para la recepción de sus obras, pero a ello obliga el que no es posible la síntesis entre sentimiento e inteligencia, entre fuerza emotiva de la voluntad y representación, sino que se hace necesario bien guiarse por la inteligencia, aunque sea en una versión dramático-simbólica que se supone llega a estratos de la representación más profundos que los que alcanzan los razonamientos lógicos, o bien dejarse llevar por el sentimiento como puro fluir de la voluntad no sometido a relaciones de causalidad que deban ser pensadas por los mecanismos intelectuales de la representación. En Wagner no hay fusión del intelecto dramático representativo  y de la expresión musical emocional de la voluntad porque no puede haberla. Hay que elegir entre sentimiento e inteligencia, voluntad y representación, emoción y razón. Si uno es seducido por la obra de Wagner, lo más fácil es que lo sea por sus componentes de estímulos musicales irracionales y no por la razón dramática que hay en el argumento y simbología de sus producciones. Tal vez sea posible un disfrute de la obra de Wagner guiado por una inteligencia analítica de sus obras, en la que la escucha “estructural” de su música con sus “leit-motivs” y su urdimbre de relaciones simbólicas permita ese disfrute como ejercicio intelectual, pero caer bajo el hechizo de Wagner creemos que supone dejarse arrastrar por el fluir emocionalmente estimulante d e su música desprendida de la subordinación a la representación de  significados dramáticos.
Es cierto que este tipo de escucha puramente emocional de Wagner, que como decimos contradice claramente sus pretensiones teóricas, no es facilitado por la asistencia a la representación completa de sus obras, sino que más bien se ve inducido por la escucha en disco de lo que podemos llamar sus fragmentos culminantes. Reconocemos que hay aquí un uso y disfrute totalmente inapropiados de la obra de Wagner. Pero esta es nuestra vivencia de Wagner, que, por tanto, alcanza su plenitud mucho más en nuestra casa con los aparatos electrónicos de reproducción que en el teatro de Bayreuth o de cualquier otro sitio.
Ahora bien, aunque reconocemos que hay aquí  una total distorsión de la obra de Wagner en  nuestra recepción de la misma, también decimos que su recepción ajustada requeriría, como Wagner mismo vio en sus escritos teóricos, la existencia de una comunidad estética posibilitada política y socialmente que no puede darse hoy en Bayreuth ni en ningún otro teatro. Y puede ser que no se pueda dar no por ninguna razón coyuntural  relativa la tipo de sociedad que tenemos sino porque el teatro como tal no puede dejar de ser, bajo cualquier condición social, una forma más de entretenimiento dirigido a la inteligencia y mezclado siempre con la ostentación social, por lo que en él no sería posible, a pesar de la existencia  de un supuesto modelo griego que refutaría esto que decimos, la vivencia total profunda, emocional e intelectual a al vez, que Wagner pretendía que infundiera su obra.                   óica﷽﷽﷽﷽﷽﷽ntexto de una sociedad sometida  ala llidad que no encuentra su realizaci ansia individual inmediata de relaciones bas