miércoles, 1 de marzo de 2017

EVOCACIÓN DEL CURSO 89-90, ÚLTIMO DE MIS ESTUDIOS DE FILOSOFÌA

Aquel curso 89-90 había sido para él literalmente un curso de locura. La coincidencia con los acontecimientos de política internacional que significaron el derrumbamiento del llamado socialismo real y la indigestión intelectual que le produjeron los contenidos de algunas asignaturas del último curso de la carrera de Filosofía hicieron que su patología psíquica alcanzará el clímax de un brote psicótico, que coincidió con la llegada del verano y el final del curso. Pensaba por esa época que la caída del comunismo iba a significar la consumación de los tiempos y el inicio del Milenio. Ese fue su modo religioso escatológico y patológico de vivir lo que entonces algunos hombres sanos de pensamiento consideraron efectivamente como un final de la historia. Junto a esto, la "filosofía pura" de la fenomenología trascendental de Husserl y de la fenomenología hermenéutica de Heidegger que era impartida en las aulas de su Facultad aquel año le provocó una evidente confusión mental que no fue ajena al agravamiento de su neurosis seguramente "borderline". Recordaba perfectamente que mucho antes de aquello, incluso en época infantil muy anterior a su decisión de estudiar filosofía, su madre había comentado una noticia del ABC en la que se hablaba que los estudiantes de Filosofía en las últimas etapas de su carrera solían sufrir episodios de inseguridad intelectual. Pero lo suyo era algo bastante más grave que esto.Si no hubiera decidido en el momento culminante de su brote psicótico evadirse de la cita con el psiquiatra que tenía concertada es bastante seguro que hubiera sido diagnosticado de esquizofrenia, aunque hay que decir que entonces él tenía ideas delirantes, como la antes señalada, y también ideación paranoica, pero no tuvo en ningún momento alucinaciones de ningún tipo. Pero si se hubiera producido el diagnóstico antedicho, su su suerte hubiera sido bien triste y se puede hacer la conjetura de que ya no habría salido de las garras de la psiquiatrización patógena. Por el contrario, al acabar el curso y aprobar en septiembre las asignaturas a las que no se había presentado en junio por su estado, se le fueron pasando las ideas raras y pudo disfrutar de una satisfactoria convalecencia en casa, en compañía de sus padres y libre de la presión académica.
Aparte de la locura estrictamente psiquiátrica, durante aquel curso sufrió de un supuesto enamoramiento que él, como ya había hecho en varias ocasiones estando todavía en el Instituto, se había autoinducido. Si consideramos el enamoramiento como un estado de alteración de la atención que produce la obsesión con una persona, tal y como hace Ortega en "Amor en Stendhal" (diferenciando el enamoramiento del significado pleno del amor), podemos considerar como genuino tal enamoramiento.
Su objeto de elección amorosa había sido otra vez una muchacha del pueblo de todo punto ininteresante. Era una muchacha de ciencias y además cientificista pero con ínfulas seudoculturales que no le impedían tener graves e irremediables prejuicios antifilosóficos. La insipidez filistea del chico objeto de la elección amorosa que ella hizo aquel año lo corroboran. Era este chico que ella consideró de interés amoroso otro alumno de ciencias imbuido, en su caso sin matices seudoculturales, de todo el antiintelectualismo y de toda la insustancialidad cultural que por lo menos allí en el pueblo aquejaban a los estudiantes del bachillerato de ciencias.
Que él se enamorara de semejante muchacha de vulgaridad cientificista era de nuevo la manifestación de un deseo de huir de su pretendida intelectualidad y encontrar una integración en la miseria cultural pequeñoburguesa, presumiblemente objetiva, del pueblo. Ya había fracasado su primera intención, al trasladarse a Madrid a estudiar, de conseguir con este cambio de residencia y el inicio de la carrera de Filosofía una superación real de esa miseria, cuya verdad y objetividad por lo menos parar él era clara. Su debilidad psicológica se lo había impedido y la no remisión de los síntomas de angustia neurótica le había hecho mantenerse aislado en Madrid y regresar al pueblo cada fin de semana.
En este enamoramiento, como en realidad ya le había ocurrido también en los anteriores enamoramientos del Instituto del pueblo, seguramente se mostraba la inautenticidad de sus pretensiones intelectuales.Él quería una muchacha que le certificara un tipo de normalidad burguesa que no solo por su enfermedad neurótica sino también por su pretensión intelectual no estaba destinada para él. Una vocación intelectual auténtica, específicamente filosófica además, tiene que contar de antemano con la ruptura con el mundo de los burgueses y las burguesas filisteos cientificistas. Y él no quería o no podía asumir esa ruptura. Y además esa incapacidad de decidirse a dejar atrás el mundo pequeñoburgués filisteo del pueblo y sus estudiantes de ciencias (muy mayoritarios en el Instituto) se mezclaba en su mente con un anhelo vitalista que veía en todo esa miseria presumiblemente objetiva y sobre todo en sus chicas una expresión de sana e inocente vida y que le hacía racionalizar esa incapacidad suya de ruptura como un interesante impulso de gran significación psicológica profunda.      

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