lunes, 30 de enero de 2017

AMOR A ESPAÑA

Yo amo una España bárbara, sensual, pasional, ilógica, chapucera, mágica, irracional, cochambrosa. España donde hay profundidad de la ligereza, de la gracia, del señorío saleroso, de la chulería, del majismo. En ella se descubre incluso el valor vital profundo de la charanga y la pandereta.
Esperpénticamente reaccionaria y de excitante oscurantismo exaltado; que sublima estéticamente lo negro. Humorísticamente demoníaca y festivamente celestial en su catolicismo pagano. Tórridamente trágica y sensual en la tragedia. De metafísica jonda en su relación popular con la muerte.
De un materialismo devoto de mágicas concreciones religiosas, garrulo y no filosófico. Fanática de todo lo que sea anti-intelectual. Iletrada, inculta, incivilizada, enemiga del progreso, de la ética del trabajo y de la racionalización burguesa de la vida. España que también es espiritualista, pero de un espiritualismo por voluntad de sensualidad del alma y no por ascetismo filosofante y menos por ascetismo intramundano.
Plebeyista de una plebe que ya no existe, pre-moderna, no de la plebe pequeño-burguesa convertida en "la gente" de los partidarios de una modernidad más izquierdista.
España que ha sido toda ella una patología cultural de la modernidad. Una España que tendría que haber conservado siempre su no sincronicidad (Ungleichzeitigkeit) con la modernidad. Yo desearía que el Sonderweg ( camino especial) de España hacia la modernidad se hubiera extraviado, como en realidad sucedió durante bastante tiempo en el siglo XX...
Pero no se trata de una España fascista porque el fascismo en su raíz auténtica es una excrecencia reprensora y reprimida de la masculinidad fríamente olímpica y España tiene la calidez dionisiaca de la sensualidad femenina incontrolable.
España sureña, semita y oriental. España de cultura totalmente desconectada de Europa e incomprensible para los intelectuales europeos. Que representa para Europa un pensamiento salvaje. Una España que cuando se viene de brumosos idealismos o fríos cientificismos europeos significa una vuelta a una naturaleza de luz y materia cálidas y sensuales.
España de la tradición, pero no de la tradición seria y encopetada del Siglo de Oro, con pretensiones de ostentar una razón escolástica distinta de la moderna, sino España sin razón y solo de la tradición popular y castiza. La España que tuvo su apogeo cuando la buscaban y añoraban los románticos europeos, en un tiempo en que todavía podían existir contrapuntos románticos y exóticos a la modernidad europea. Con todos los tópicos y mitos románticos y casticistas sobre España se podría destilar una anti-modernidad anti-europea más potente que cualquier otro cuestionamiento de la modernidad.
Una España que no sabe de posmodernidades porque es sencillamente y abiertamente anti-moderna. Que no sabe tampoco de dialécticas porque no conjura lo irracional desde el concepto, desde ninguna logomaquia, sino solo en la lucha práctico-material con ello en el coso taurino.
España absolutamente sin filosofía y solo con dualismos y devenir sentidos y no pensados. España sin idea y solo con vida, con sentimiento que intuye verdad vital sin inmutarse ante ninguna exigencia de validez universal por consenso o por evidencia lógica.
Uno de los dualismos esenciales de la España popular de entraña vital embriagante fue el del contraste violento entre lo luminoso y lo oscuro; un contraste de yuxtaposición excitante sin zona intermedia de transición entre la luz y lo negro. Ese contraste entre una España de negrura esperpéntica y grotesca y una España de alegría clara y exaltada en su primitivismo ha dado paso en los mismos pueblos que encerraban su quintaesencia a una cultura donde aparece incluso la cursilería, el sentimentalismo y el seudorromanticismo en la celebración del amor, sobre el que la España fatal y festiva, trágica y gozosa, tanta sabiduría de valor profundo eterno albergaba. Se acabó la España de Carmen y don José, de don Juan y doña Inés, de la Celestina y Calixto y  Melibea, de don Quijote y Dulcinea. Pero siempre nos quedará San Valentín.

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