(Fragmento de un trabajo académico sobre la fenomenología de Husserl escrito hacia 1996)
Podemos detectar en el concepto de
intencionalidad husserliano un doble aspecto: por un lado, al dejar al objeto
fuera del acto que a él apunta permite el desarrollo de la fenomenología como
una filosofía de la inmanencia, tal como sucede en las propias Investigaciones Lógicas, cuyos análisis,
como es bien sabido, pueden ser caracterizados como los de una psicología
descriptiva esencializada.
Por
otro lado, al hacer del objeto, y de su propia existencia, un sentido
determinado desde los contenidos inmanentes (“ingredientes” como traducción de
“reel”) del acto, está abriendo, ya desde un principio del desarrollo
husserliano, el camino de la reducción y de la plenitud del planteamiento
trascendental.
La
”epojé” y el primer sentido de la reducción, que suponen un mero “dejar fuera”
el obejeto real, ni dado ni dable ala
conciencia, pueden considerarse como una
simple explicitación del primer aspecto implícito en la noción de
intencionalidad. La reducción en la plenitud de su sentido, que abre el campo
trascendental cuando deja de significar “limitación” (Einschränkung) para pasar
a significar “reconducción” (Zurückführung) del yo humano natural al yo
trascendental fenomenológico, puesta en conexión necesaria del ser del objeto
real, incluyendo su apariencia trascendente, considerado como independiente y
preexistente por ese primer yo ingenuo, con el ser originario de ese segundo yo
fundante y último, es una profundización del segundo aspecto señalado en la
intencionalidad. Puede pensarse que Husserl
al superar el primer sentido de reducción como un mero limitarse al
residuo dejado por la abstención de la “epojé” trata de evitar el peligro de
que la fenomenología sea interpretada como una más de las filosofías de la inmanencia.
Creemos percibir en Husserl, a partir de su insistencia en una reducción en un
sentido que supondría una novedad con respecto a anteriores vías subjetivas y
siempre acechada por malinterpretaciones, un empeño claro por evitar que su
fenomenología quede comprendida de manera insuficiente y errónea como el
desarrollo de una filosofía inmanentista. En este sentido podemos hablar de que
a partir de la cumplimentación del sentido pleno de la “epojé”, Husserl opta
por el trascendentalismo frente al inmanentismo de una primera fenomenología
entendida en un sentido psicológico descriptivo.
La
reducción es ala vez la consecuencia y
el cumplimiento último del planteamiento trascendental. Su necesidad
fenomenológica viene dada porque en medio de la actitud natural interesada
directamente en el mundo pasa desapercibida la problemática de la correlación.
Creemos que Husserl llega en un primer momento a la reducción impulsado por la
motivación de llevar a cabo un desarrollo concreto del problema de este apriori
de correlación. La reducción es , desde este punto de vista, inseparable de la
diferenciación fenomenológica fundamental entre el objeto y sus modos de
dación, entre la aparición y lo que aparece, entre el ver y lo visto, entre el
objeto y sus específicas maneras de “ser-como”, e inevitable para llevar a cabo
su tematización. Nos permite la toma de conciencia del objeto en cuanto dado a
la conciencia; es resultado de la imposición al filósofo del imperativo
categórico de instalarse en la relación intencional misma. Al conseguir
mediante su ejercicio desprendernos de lo que está presente para atenernos a la
manera misma de la presencia, se haría posible la reflexión eidética, pues nos
libraría de lo que en el objeto hay de individualidad fáctica para ponernos
delante de la estructura esencial de su dación. En este sentido, como nos
recuerda de Waelhens, la reducción juega un papel fundamental en la superación
del dilema entre facticidad y universalidad.
La
reducción pondría en claro que la idea de representación no tiene sentido, en
tanto pone al descubierto la intencionalidad de la conciencia que intenciona el
conjunto de la experiencia, ya sin ningún tipo de limitación que nos lleve a la
paradoja de una parte del mundo en la que se halla constituido representativamente
el conjunto del mundo. Al situarnos ante la experiencia como una totalidad irrestricta,
nos lleva a una comprensión de la misma que no consiste ni en comprender
simplemente un objeto ni simplemente un sujeto, sino en captar el devenir del
uno y del otro en su mutua remisión y el nacimiento del sentido de las cosas,
de los objetos y del sujeto a la vez. Nos libera de tener que comenzar por una
opción entre la inmanencia y la trascendencia, y con ello queda superado el
problema del conocimiento en su planteamiento tradicional. Ahora nos hallamos
no ante el ser inmanente o trascendente, sino ante el ser absoluto, último,
irrebasable, del puro dato fenomenológico.
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