lunes, 26 de septiembre de 2016

SOBRE "SEXO Y CARÁCTER" DE OTTO WEININGER

(Artículo escrito por mí y aparecido en Enero de 1989 en la revista Meta, publicada entonces por un grupo de estudiantes de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. He introducido unas mínimas correcciones.) 

La dirección dominante dentro del pensamiento filosófico moderno y occidental ha ido apartando a éste tanto de la producción de cosmovisiones como de la indagación en lo psicológico. El “logos” de lo real ha sido considerado por la corriente central y caracterizadora del pensar europeo como algo presente de suyo en determinados supuestos ontológicos o gnoseológicos no cuestionados, no como algo a ser descubierto en tanto que sentido del ser de lo real o como punto de vista último desde el que enfocar el problema del hombre considerado en la concreción de su existencia individual. Mientras tanto la tarea de construir cosmovisiones en filosofía, así como la de intentar comprender lo individual a partir de principios metafísicos ha corrido por cuenta de los pensadores considerados habitualmente como irracionalistas.
                  Es justamente partiendo de Schopenhauer y su cosmovisión pesimista en la que el deseo es la instancia a negar y reprimir, y pasando por el Nietzsche esencial , el Nietzsche psicólogo, como llegamos a Otto Weininger y su obra Sexo y Carácter en la que intenta elevar su desmesurada misoginia al rango de una psicología con aspiraciones de alcance filosófico que acaba convirtiéndose en una cosmovisión antropológica, podríamos decir, en la que la contraposición entre lo masculino y lo femenino adquiere un sentido metafísico; queda convertida en el antagonismo esencial existente en el seno de la realidad, en el que se refleja un antagonismo universal.
                  Pero antes de adentrarnos en el curioso, cuanto menos, pensamiento de Weininger, parece obligado detenerse en un dato biográfico que n o se puede olvidar al acercarse a su obra y que a muchos les parecerá prueba definitiva de que su extravagante diatriba antifemenina es reductible a pura patología. Weininger puso fin a su vida e de un pistoletazo en la misma casa de su Viena natal donde había muerto Beethoven, en 1903, cuando apenas contaba 23 años de edad. Pero para contrarrestar la opinión de que Sexo y Carácter  es fruto simplemente del desquiciamiento de un enfermo decadente vienés finisecular leamos lo que dice Bartley sobre este asunto en su libro sobre Wittgenstein: “se ha señalado frecuentemente que Wittgenstein admiró la obra de O. Weininger (…) Aquellos que hoy desprecian a Wininger como un enfermo deberían recordar, si quieren entender las corrientes subterráneas del pensamiento de la Europa central anterior a la Primera Guerra Mundial, que muchos de los contemporáneos de Weininger le tomaron muy en serio. Entre 1903 y 1923 Sexo y Carácter tuvo veinticinco ediciones y en 1923 su libro se tradujo a ocho idiomas”. En cualquier caso nos encontramos ante alguien que merece ser incluido en ese grupo de hombres a los que nos debemos atrever a llamar mártires del espíritu y que nos enseñan sobre la condición del pensador más de lo que habitualmente estamos dispuestos a reconocer.
                  Al igual que Schopenhauer, Weininger  intenta apoyar el comienzo del desarrollo d esu doctrina en el pensador que parce más alejado de toda doctrina en este sentido, Kant. Weininger coincide con éste en que es necesario salvar al Yo de la crítica empirista para mantenerlo en su dignidad de instancia fundante de la racionalidad. Weininger dice situarse en la dirección (cita como pertinentes a ella nombres como los de Windelband y Husserl entre otros) que “contra el método psicológico-genético de Hume hace valer y mantiene el pensamiento crítico-trascendental de Kant”(Sexo y Carácter, pg. 144). Pero en contra de Kant, Weininger no se conforma con un Yo sustancial (alma) que sea solamente una realidad (nouménica) a la que se acceda por el reconocimiento de que en el hombre se da el factum de la conciencia moral, siendo desde el punto de vista de la primera crítica simplemente una posibilidad. Coincidiendo con Fichte, Wininger piensa que la lógica, empezando por el principio de identidad, A=A, requiere que se dé la identidad de un sujeto poseedor de una realidad inteligible. Pero Weininger le da un giro psicologista al admitir un Yo sustancial como fundamento de la racionalidad de la experiencia más allá de las formas aprióricas de la sensibilidad y el entendimiento; este Yo sustancial no está dado trascendentalmente por encima de toda contingencia empírica sino que es deducido a partir de la actividad del sujeto psicológico que mediante la memoria como facultad empírica unifica la corriente de sus vivencias singulares. Hay Yo sustancial allí donde se pueda sentir la propia vida como “una serie lógica de sucesos continuos, sin lagunas, ordenados en forma causal, poniendo en relación el principio, el medio y el fin de la vida individual” (op. cit., pg. 158). De la opinión de que en la mujer pura no se da una tal continuidad de la experiencia  posibilitada por la memoria se deduce que la mujer carece de Yo sustancial, de alma, y por lo tanto no puede pensar lógicamente: “un ser que como la mujer absoluta  no se sintiese idéntico en los diferentes momentos sucesivos no poseería siquiera la evidencia de la identidad del objeto de su pensamiento en los diversos instantes”. Por tanto, cuando falta la memoria falta la posibilidad de pensar lógicamente. De su argumentación deduce Weininger que existe una gradación variable de la identidad y unidad del sujeto, de su sustancialidad: es máxima en el sujeto empírico en el que la conexión de la experiencia psicológicamente asentada es máximo, el hombre genial, que es el hombre puramente masculino, y no existe en el sujeto en el que la desconexión de la experiencia es máxima, la mujer absoluta.
                  Cuando Weininger habla de hombre o de mujer absolutos está refiriéndose a tipos ideales, pues parte de la hipótesis, que él intenta probar con argumentos de tipo biológico desarrollados en la primera parte del libro, de que en toda persona se da una combinación de elementos masculinos y femeninos: Weininger afirma por tanto la bisexualidad de toda persona. Este asunto de la bisexualidad en Weininger tiene su historia, pues fue la causa de que Freud rompiera con el amigo, Wilhelm Fliess, que fue el testigo de su autoanálisis. Freud había comunicado, presentándola como suya cuando en realidad era de Fliess, la tesis de la bisexualidad a un paciente, Swoboda, en el curso de la terapia; éste a su vez se la comunicó a Weininger, quien la utiliza en Sexo y Carácter sin citar a Fliess. Cuando se publicó Sexo y Carácter se produjo una agria polémica entre Freud y Fliess que acabó con su amistad. Freud, sin embargo, llegó a reconocer, en vano, antes de la ruptura que había sufrido un “olvido” al declarar como suya la tesis de la bisexualidad.
                  Pero volvamos a Weininger . Decíamos que para él n o existen como personas reales ni la mujer pura ni el hombre puro. Esto quiere decir que igual que no se da un ser humano totalmente alógico, tampoco se da un sujeto puramente lógico. De esto último se sigue que el concepto lógico puro no se hace presente nunca en ninguna conciencia pues toda representación suya está siempre contaminada por la materialidad contingente y empírica de los sujetos psicológicos en los que aparece. Todo concepto en tanto que dado en una conciencia particular es una “representación gráfica general” (op. cit., pg. 157). Lo puramente formal, la idea lógica de una clase de particulares no puede ser nunca alcanzada en una conciencia particular pues es intemporal y puramente ideal y, por lo tanto, no puede ser en cuanto tal contenido del sujeto que está contaminado por el tiempo y por la materia que recibe a través de la percepción sensible, materialidad y temporalidad que , por supuesto, Weininger identifica con el principio femenino, mientras que lo formal-racional se corresponde con el principio masculino. Lo dicho anteriormente con respecto a la lógica también es aplicable a la ética. Ésta tiene su manifestación empírica en el arrepentimiento y, por lo tanto, requiere como condición que se dé la cohesión que haga que el sujeto experimente como suyos todos los actos realizados por él en el pasado. Los preceptos de la lógica, por tanto,  sólo pueden ser observados por un sujeto que sea lógico y que por tanto se sienta constantemente como idéntico a sí mismo, con toda la corriente de sus vivencias. Lógica y ética se hacen dependientes mutuamente , pues también la lógica al no estar dada trascendentalmente a priori sino que depende de que el sujeto se sienta a sí mismo como idéntico, se convierte en un precepto ético: “la lógica constituye una ley a la que se debe obedecer, y el hombre sólo llega a ser tal cuando es completamente lógico y n o lo será hasta tanto no sea en todo y pot todo lógico”.
                  Como vemos, Weininger asocia todo lo que desde el punto de vista de la filosofía moderna  constituye la racionalidad del hombre a lo que en el hombre hay de masculino. Lo femenino no sólo es el principio psicológico inferior, sino que representa la antítesis de todo ,o metafísicamente positivo: la necesidad frente a la libertad, la materia frente al espíritu, la temporalidad terrestre frente a lo intemporal, la culpabilidad frente a la inocencia; en definitiva todo lo que encadena al hombre a la existencia en este bajo mundo…
                  Pero en el hombre también se da lo que es específico de su ser intemporal; el resultado de la lucha entre lo masculino y lo femenino no está decidido, ni siquiera dentro de las mujeres mismas, que como queda dicho n o son nunca mujeres absolutas por la hipótesis de la bisexualidad. En esto radica el que Weininger no deduzca de su filosofía un antifeminismo práctico. No se debe relegar a la mujer a lo propiamente femenino, sino todo lo contrario; hay que ayudar a la mujer a desprenderse de lo femenino y a que triunfe en ella también lo masculino. Este triunfo al nivel de la especie sólo será posible si ambos géneros renuncian a lo que constituye la manifestación más pura y más directa del principio femenino, a saber, la sexualidad. Lo femenino no es el objeto del deseo, es el deseo mismo. El fenómeno de la tercería, que según Weininger se observa en toda mujer, muestra que lo que más desa la mujer es que el acto sexual se realice el mayor número posible de veces. El peculiar racionalismo de Weininger le lleva a la conclusión de que el triunfo de la Humanidad como idea, es decir, la actualización absoluta de la lógica y de la ética, pasa por la renuncia de la Humanidad como especie a su pervivencia. Weininger es, desde luego, implacable a la hora de llevar sus ideas a sus últimas consecuencias.
                  Sin duda, los argumentos de Weininger tienen un pathos que en los tiempos que corren resulta difícil de entender y sin duda son en sí mismos delirantes. Tampoco hay duda alguna de que su forma de razonar es más bien endeble y poco rigurosa; como dice Carlos Castilla del Pino en su introducción a la traducción castellana de la obra: “En Sexo y Carácter  se da una yuxtaposición de juicios de hecho y juicios de valor en el nivel mismo del texto en donde argumentos y análisis se ven frecuentemente suplantados por el prejuicio y la racionalización” (op. cit., p.6). Pero como afirma el propio Castilla del Pino en esta misma introducción, el libro que tratamos debe ser tenido en cuenta como significativo en su época debido al enorme éxito que alcanzó en su día. Tampoco está de más señalar que la concepción que Weininger tiene de la mujer no dista demasiado, aunque la valoración sea opuesta, de la que puede tener alguien como Agustín García Calvo cuando dice: “el sexo de por sí, el femenino, está diciendo de sí mismo: es una amenaza de infinitud, de indefinición, de pérdida para el Poder en toda la sociedad establecida” (Filosofía y sexualidad, Anagrama, p.54). Que lo otro  de la razón sea pensado como sana inmediatez revolucionaria, libre de las coerciones del pensamiento, o como aquello sobre lo cual el sujeto debe imperar en nombre de su esencia racional. O que sea identificado con la mujer  o con cualquier otra cosa es cuestión de gusto, pero en todo caso lo puramente pulsional, lo no reductible a representación permanece siempre frente al pensamiento como un reto.                    
OBRAS CITADAS
Otto Weininger: Sexo y Carácter, Península

Fernando Savater(editor): Filosofía y Sexualidad, Anagrama       

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