viernes, 1 de julio de 2016

¡BASTA YA DE POLÍTICA!




Los que en las décadas de los ochenta y de los noventa éramos anticapitalistas y antiburgueses radicales echábamos de menos entonces un inconformismo politizado de las masas, que en aquella época parecía imposible que alguna vez pudiera resurgir. Pero a partir de la última crisis económica del capitalismo, y en España particularmente a partir de las manifestaciones del 15-M, se ha producido lo que parece ser un malestar de las masas que ha llevado a una fracción importante de las mismas a adoptar posturas políticas que aparentan ser de cierto radicalismo izquierdista. Tal radicalismo no llega a una decantación de una nueva mayoría a favor de un cambio de modo de producción, ni siquiera persigue un cambio de sistema político, sino que parece quedarse en la exigencia de una defensa y reforzamiento del llamado Estado del Bienestar y de sustitución de las élites políticas existentes en el sistema representativo por unos actores que al parecer serían más cercanos a “la gente”, lo que se piensa que repercutiría en el famoso “empoderamiento” de las capas populares. ´﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽stentes ece quedarse en la exigencia de una defensa y reforzamiento del llamado Estado del bienestar y de sustituciEl actual inconformismo político se queda en una aspiración a una generalización entre todos los estratos de clase de la situación social del “consumidor satisfecho” y no sirve para la decisión radical y civilizatoria que hoy sería necesaria en vista del estado de emergencia planetaria en el que vivimos.
            Esta nueva ola de politización no es otra cosa que un nuevo impulso reformista que se cree en condiciones de producir cambios sustanciales en la vida de los hoy llamados ciudadanos mediante esa sustitución de las viejas élites por unas nuevas dotadas de buena voluntad moral en lo económico, favorecedora del supuesto interés popular en la igualdad y la justicia, y también mediante la continuación del programa del progresismo de la igualdad, que todavía no habría sido completado y necesitaría nuevos impulsos y nuevos radicalismos en su ejecución. Esto supone una completa ilusión política. Como todos los reformismos históricos, el nuevo politicismo cree poder cambiar el sentido del sistema, del funcionamiento económico de la sociedad,  a través de medidas que ni pongan fin a las relaciones de producción ni signifiquen un nuevo sistema político. Los nuevos actores políticos izquierdistas no han tenido más remedio que reconocer su identidad socialdemócrata.
            Pero si una revolución que suponga un cambio de modo de producción y el ejercicio del poder para neutralizar el control económico e ideológico de las clases poseedoras de los medios de producción no es posible hoy, entonces tampoco es posible ninguna superación efectiva del capitalismo. Ante esta imposibilidad, la politización solo puede estar motivada por el interés en la adquisición de poder por parte de determinadas nuevas élites. Estaríamos ante un simple caso de “circulación de las élites” dentro del sistema democrático de representación que podría y debería ser entendido utilizando la teoría sobre el particular de Pareto y otros autores que decepcionaron la ilusión democrática derivada del desarrollo de los sistemas liberales.
            Que el ascenso de las nuevas élites aspirantes al poder político, en buena medida parece que nutridas por sectores con privilegios o semi-privilegios académicos, vaya a significar un aumento del poder popular solo se basa en una infundada pretensión de identificación entre pueblo y vanguardia ideológica politizada que merece, desde luego, la descalificación de ser nombrada como “populismo”. Además, los sectores pequeñoburgueses conservadores que votan al partido derechista, bastante nutridos según muestran los resultados electorales, son tan “pueblo” como los sectores que votan a la neoizquierda. En realidad, la mayoría de “la gente” está compuesta por masas pequeñoburguesas conservadoras o progresistas que en absoluto están dispuestas al sacrificio, la lucha , el heroísmo y el sometimiento a una autoridad espiritual que hoy serían necesarios para el cambio social revolucionario que haría falta para salvar la naturaleza y la cultura.
            Como el capitalismo ya no puede ser desmantelado, lo más fácil y seguro es que el posible triunfo de la neoizquierda no signifique el inicio de la construcción del socialismo, sino el uso del poder político para la realización de la tan temida por los conservadores “ingeniería social” al servicio del progresismo radicalizado. Pero esto no sería tan grave como piensan los conservadores, porque el desarraigo del hombre con respecto al espíritu y la tradición hace ya tiempo que se dirige hacia su consumación por vía social cultural, si no es que ya está consumado entre una mayoría de la población.
            Pero tampoco supone la nueva politización una ruptura con el sistema de valores, con el “ethos”, que mantiene ideológicamente posible el sistema capitalista. Y en esto la neoizquierda comete el mismo error que toda la izquierda histórica anterior. El marxismo también se hizo la ilusión de que el cambio de modo de producción produciría de una manera causal cuasi-mecánica los cambios “superestructurales” necesarios para el funcionamiento ideológico del socialismo, que acabaría así con el sistema de necesidades y de motivaciones del “ethos” acompañante del capitalismo y que conduciría de una manera también aproblemática, por necesidad histórica, al definitivo comunismo superador de la servidumbre económica humana. De esta manera, pensaba Marx, no era necesario plantearse el problema de la educación de los educadores responsables del cambio social. El círculo, que Herbert Marcuse en El final de la utopía vio como prácticamente irresoluble, entre la necesidad de un cambio institucional para que se pueda producir el cambio cultural que requiere la superación del capitalismo pero que a su vez es condición del cambio institucional, no fue percibido en ningún momento por Marx por culpa de su materialismo histórico, que se tradujo para él en una confianza infundada en el poder de la transformación social para causar sin más problemas la transformación cultural. Posteriormente a Marx, Gramsci, en una operación en la que puede ser detectado cierto giro de “idealismo cultural”, creyó posible un cambio hacia el advenimiento del socialismo mediante la propagación de una nueva hegemonía ideológica  que significara la formación de una nueva mayoría favorable al cambio del modo de producción.
            La solución al círculo entre cambio institucional-económico y cambio cultural tendría que venir dada por la toma del poder político por un sujeto histórico que estuviera en condiciones de causar al mismo tiempo el cambio de relaciones de producción y el cambio cultural de “ethos”.
            De esta manera, el cambio espiritual de “ethos” podría encontrar las condiciones objetivas materiales que hicieran posible su realización práctica en la realidad efectiva, pues como acertadamente señaló Max Scheler en su conocida doctrina sobre la “impotencia del espíritu”, este es incapaz de realizarse por su propia fuerza en la historia práctico-material y necesita aliarse con el impulso real de corrientes efectivas de la historia que permitan materialmente su realización. Pero como la existencia fáctica de este impulso ya no puede esperarse de ninguna legalidad objetiva de la historia y queda librada a la absoluta contingencia de la ocasión fortuita, la realización efectiva del espíritu ya solo pude pensarse como una indisponible y absolutamente imprevisible y no garantizada irrupción mesiánica del espíritu en la historia, como una ruptura espiritual del continuum natural de la historia que no está asegurada ni por el espíritu en sí mismo, por su propia legalidad inmanente, ni por el desarrollo material de la humanidad sujeto a una soteriología dialéctica que pueda verificarse en leyes observables de la historia. Un intento, como el de Walter Benjamin, de pensar el materialismo histórico introduciendo en él categorías mesiánicas queda así reducido a la condición de retórica melancólica e impotente, y se hace necesario abandonar toda confianza en un aseguramiento racional del triunfo de lo humano sobre su sometimiento a la necesidad natural de la servidumbre económica. El mesianismo tiene que quedar librado por ello a un pensamiento puramente desgajado del mundo y de su historia real sometible a una voluntad política efectiva de transformación. Ya no hay posibilidad de esperanza política de emancipación con respecto a la necesidad económica basada en ninguna tendencia de la objetividad material de la que pueda haber conocimiento con garantías racionales que permitan una praxis orientada por la conciencia de la necesidad.
            El espíritu emancipado de la necesidad económica y de la continuación indefinida de una historia natural basada en el sometimiento de toda actividad humana a los límites impuestos por la determinación de la cultura por su base material se convierte en una aspiración puramente “idealista” que debe perder toda esperanza en su realizacictica material.e toda realizaci su valor mera i una aspiraciencia d ela necesidaddconocimiento con garant la tomna del poder ón por la planificación política de la voluntad y encerrarse en la esfera de un pensamiento limitado al estado puro del espíritu en su cultura autoafirmativa de su valor más allá y por encima de toda realización histórica práctica material. Hay que abandonar todo proyecto político de la voluntad espiritual encarnada en la posibilidad histórica objetiva y recluirse en un pensamiento del espíritu que solo puede alcanzar plenitud en su autocontemplación segregada de toda voluntad de realización en una materialidad histórica totalmente ajena a él y que él no puede dominar de ninguna manera, que es impenetrable para su acción dirigida por una razón política de planificación de la historia que pudiera hacer real que la vida de los hombres estuviera determinada por los valores del propio espíritu y no por la necesidad de producir lo útil para la satisfacción de las necesidades materiales y de lo agradable para una vida no espiritual basada en la búsqueda de la comodidad y el placer.
            Una acción política que fuera relevante para una elevación espiritual de la vida humana debería cambiar la primacía de los valores de lo útil y lo agradable por el triunfo de los valores espirituales y de los valores vitales superiores a los de la esfera económico-utilitarista, por ejemplo el valor vital de lo noble, y al mismo tiempo permitir que esta rectificación del sistema de valores se pudiera encarnar en el funcionamiento social efectivo. Pero el espíritu no tiene ni fuerza teórica para poder hacer comprensible para todos el deber-ser de su primacía en la escala cultural de valores ni fuerza práctica para organizar una sociedad regida por la movilización de sus fuerzas para la creación y el reconocimiento de los valores espirituales y no por la producción de mercancías para la obtención de beneficio privado aprovechando las necesidades materiales humanas y la tendencia natural a la obtención de lo útil y agradable.
            Por lo tanto, renunciemos a toda política y huyamos al reino cultural puro del espíritu, donde es posible liberarnos de toda acción, que solo puede insertarse en el curso de los sucesos sometidos a determinación natural, y dedicarnos a la pura contemplación , que es la única función  vital que puede hacernos libres.
            Hay que defender, en contra de lo pensado, por ejemplo, por la hoy muy de moda Hannah Arendt, que el refugiarnos en una esfera individualista de contemplación es humanamente más realizativo que toda posible acción política.
            El activismo político actual sufre la ilusión de creer que un enriquecimiento y dignificación de las formas de vida puede producirse por la famosa “ampliación de  derechos”. Si se acepta, como hoy todo el mundo hace, el principio liberal según el cual no puede existir un poder espiritual que ordene formas de vida a los individuos, la elevación del valor de las formas de vida solo puede venir dado por la elección personal y extra-política de contenidos vitales sustanciales. La acción política, si es que no queda reducida a la lucha de intereses particulares por la asignación pública de recursos financieros, solo puede servir para preservar formal-procedimentalmente una convivencia y una comunicación justas, pero no para alcanzar la generalización de contenidos vitales sustanciales valiosos.
Hay que reivindicar también el acierto de Ortega cuando señala en La rebelión de las masas que el pan-politicismo es una característica propia del hombre-masa, que es incapaz de ver que las preocupaciones de conocimiento, culturales o religiosas son más valiosas que la preocupación política.
            Hay que advertir por último que las repetidas alusiones al espíritu que hemos hecho en este artículo no implican el compromiso con ninguna posición metafísica y son expresión de una postura puramente pragmatista. Aludimos mediante la noción de espíritu a lo relativo a valores que no son captados ni intelectualmente ni por intuición sensible, sino por una capacidad específica de intuición, pero no damos por decidido la cuestión del estatuto ontológico último de esos valores.