Este artículo forma parte de mi libro autopublicado en megustaescribirlibros.com http://www.juangregorioalvarez.com/
Se ha querido ver en los últimos
movimientos más o menos revoltosos de los indignados y demás descontentos con
la oligarquía político-financiera que al parecer está en el origen de todos
nuestros males un renacer o un rebrote de los movimientos sesentayochistas.
Vamos aquí a tratar de defender que esta perspectiva es errónea. Aquello por lo
que se luchaba en el 68 cae fuera de la capacidad de imaginación y percepción
de posibilidades de los indignados y, en cierto modo, aquello a lo que éstos demuestran
aspirar con sus protestas está en contradicción con los objetivos políticos y
vitales últimos de los del 68. Por lo tanto, la lucha del 68 no continúa.
El
movimiento sesentayochista fue un movimiento ofensivo y utópico-revolucionario
por un socialismo no burocrático, compatible con un individualismo cultural
radical y pulsionalmente liberador. El movimiento de los actuales indignados es
un movimiento defensivo que no ve más allá del horizonte de un Estado de
Bienestar cuyo carácter “alienante” y radicalmente insuficiente de cara a una
auténtica emancipación antropológica fue debidamente denunciado por los del 68.
Las revueltas
en torno a este año supusieron una crisis radical de los partidos de izquierda
tradicional, cuya crítica fue enarbolada por los rebeldes, mientras que el
actual movimiento está siendo instrumentalizado por esos partidos de izquierda
tradicional.
En el 68 hubo
una crítica de la vida cotidiana bajo las condiciones del capitalismo, de la
tecnocracia, de la instrumentalización de la ciencia por el poder, de la
“alienación” (pido disculpas por emplear este académicamente devaluado término,
pero escribo con urgencia y para referirme a hechos concretos, no para presumir
de originalidad o escrupulosidad académica), del consumo de masas; en
definitiva, hubo una crítica de todo el sistema cultural burgués. Los actuales
rebeldes esto ni lo huelen.
El aspecto más
problemático del 68, el antiautoritarismo ácrata y la destrucción de una
cultura burguesa axiológicamente “clásica”, ya no aparece ahora; será porque,
desafortunadamente, ése fue el aspecto del 68 que triunfó, no su aspecto
utópico-revolucionario, y, por tanto, ya no hace falta luchar por él. Yo he
sido muy crítico con esta destrucción sesentayochista de la cultura
“clásico-burguesa” (véase el artículo anterior de este libro ) pero en todo
caso, entonces había una preocupación más o menos seria por los aspectos
culturales, que son temas clave en el capitalismo tardío, mientras que de lo
que ahora se trata es de conseguir más facilidades económicas para la
integración burguesa en el sistema establecido.
Intentaré, con
más tiempo y tranquilidad, prolongar estas reflexiones. De momento, remito a
los acertados párrafos que Carlos Granés dedica a los indignados al final de su
libro El puño invisible (2011,
Taurus), que concuerdan con lo dicho aquí sobre ellos.
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