(INACABADO)
Los que desde siempre hemos
sentido un rechazo instintivo e intuitivo hacia el mundo moderno no podíamos
dejar de habérnoslas tarde o temprano con la obra de Julius Evola. Podríamos
sospechar, apropiándonos del punto de vista metapsicológico espiritualista del
propio Evola, que esa repulsión tal vez se deba a la existencia en nosotros de
la herencia oculta de un principio suprapersonal no conforme con la fisonomía
cultural del mundo moderno y rebelde espontáneamente frente a la estética espiritual
de ese mundo. Ni los prejuicios académicos ni la racionalización izquierdista
de nuestro descontento antimoderno en nuestra juventud han impedido que nos
acabáramos encontrando con la obra de Julius Evola, por muy alejada que se halle su doctrina de lo que hoy se considera
políticamente aceptable. También era normal que recaláramos en Evola los que
desde edad así mismo temprana habíamos iniciado una búsqueda de formas de
espiritualidad superior que trascendieran la “pequeña moral” pequeñoburguesa y
la religión implantada como mero mecanismo socialmente utilitario de
mantenimiento a raya del animal humano.
Este autor italiano del siglo XX
ofrece una obra tradicionalista, antidemocrática y antiigualitaria, sustentada
en ideas esotéricas y que remite a un espiritualismo cosmovisional deudor del “perennealismo” de René Guenon,
según el cual existen significados y valores originarios y presentes en todas
las sociedades tradicionales que configuran una “normalidad” de las civilizaciones
que es la antítesis total del progresismo, el racionalismo y el materialismo
por los que discurre el rumbo de las sociedades modernas occidentales.
Las valoraciones concretas de
Evola sobre la influencia en las sociedades modernas de poderes culturales como
el culto al deporte, lo femenino y la sexolatría o el economicismo desbocado
tienen un gran poder de revelación de lo que pasa en el presente. Además, el
magnífico carácter elemental de la obra tradicionalista, esotérica y
antimoderna de Evola tiene una clara ventaja sobre el pensamiento de egregios
representantes de la “reacción” filosófica profesoral; por ejemplo, sobre el
del señor Heidegger: lo que en este taimado autor no está dicho, mediante el
disimulo filosófico amparado en una ontología con motivos vanguardistas
superadores de la metafísica occidental, se hace explícito en Evola mediante un
pensamiento cosmovisional espiritualista concreto. Por cierto, existe un muy
interesante y significativo paralelismo entre la última propuesta de Evola
sobre cuál debe ser la actitud del hombre diferenciado, según las
cualificaciones de la Tradición, para resistir al mundo moderno, el famoso
“cabalgar el tigre”, y la “serenidad” (Gelassenheit) recomendada por Heidegger
ante el mundo técnico moderno. Con respecto al opuesto frente de la crítica de
la cultura social actual hecha desde presupuestos que, con todas las salvedades
“dialécticas” que se quiera, asumen la Ilustración y el progreso racionalista,
la obra de Evola también tiene un poder clarificador: en contra de lo que se
pudiera pensar estando bajo la influencia de la crítica cultural izquierdista,
toda la basura cultural en la que viven hoy las masas no se debe a una opresión
o manipulación ejercida sobre ellas para “alienarlas” y de esta manera hacer
imposible su desarrollo humano pleno, que chocaría con las exigencias
materiales del modo de producción existente, sino que se debe a que se han
aflojado hasta el límite los mecanismos de sublimación y elevación que los
poderes tradicionales hacían funcionar y que mantenían a raya la miserable espontaneidad
instintiva que esas masas llevan por
naturaleza dentro de sí.
Hermann Hesse, que llegó a leer
una de las principales obras de Evola,
Rebelión contra el mundo moderno, comentó que le había parecido una obra
“muy peligrosa”, y desde luego lo es. Pero sería una ofuscación fruto de la tan
frecuente susceptibilidad “antifascista” entender a Evola en un sentido
primariamente racista o clasista. Por otra parte, el ultraderechismo de Evola
tiene poco que ver con lo que convencionalmente y actualmente entendemos por
tal en España, pues Evola no es ni católico (más bien es anticristiano, como
luego veremos), ni nacionalista, ni neoliberal radical. No obstante, no vamos a
ocultar nada de esa peligrosidad aludida por Hermann Hesse: Evola establece una
tipología espiritual jerárquica de las grandes cosmovisiones y actitudes
básicas ante el sentido de lo sagrado que tiene una clara base racista. Pero no
se trata de un racismo biologicista según un determinismo socialdarwinista sino
de un racismo de orientación cultural o, como el mismo Evola dice,
“espiritual”. Con el título de La raza
del espíritu ha sido traducido al castellano uno de sus libros dedicados a
este desgraciado tema. Evola llega a polemizar duramente contra el racismo de
tipo biologicista e incluso saca a colación la expresión “materialismo
zoológico”, al parecer debida a Trotsky, para caracterizarlo.
El racismo propio de Evola podría
quedar neutralizado en cuanto doctrina política si se lo entendiese sólo en el
sentido de que las distintas culturas históricas étnicamente diferenciables han
representado la realización temporal de distintos principios espirituales. Pero
nos encontramos aquí con que para Evola esto no supone un relativismo de las
distintas concepciones del mundo fundadoras de maneras de comprender y de
realizar la espiritualidad y que sería étnicamente identificables, pues para
nuestro autor existe una Tradición primordial, a la que llama “hiperbórea”,
sustentadora de significados metahistóricos , eternos en su validez espiritual,
que habrían sido plasmados en mitos, ritos y símbolos extendidos en el orden
temporal histórico por los pueblos indoeuropeos en sus migraciones de Norte a
Sur y de Oeste a Este a partir de una localización protohistórica mítica de
estos pueblos en un lugar cercano al Ártico (de ahí la identificación con los
hiperbóreos míticos de los antiguos). De esta manera, para concretar su
pensamiento cosmovisional, Evola establece una serie de tipos espirituales
étnicamente identificables y valorables como inferiores o superiores según un
dualismo básico entre fuerzas espirituales oscuras, “ínferas”, que se habrían
manifestado en los cultos espirituales
de los pueblos sureños (de color) y fuerzas espirituales luminosas, procedentes
de lo alto y cuyos portadores habrían sido los indoeuropeos en su
espiritualidad olímpico-solar. Es así como Evola construye su historiosofía
espiritualista, siempre proveniente de un sentido metahistórico en su
originariedad mítico-espiritual y basada en una lucha de principios cósmicos
inmune a toda síntesis o mediación reconciliadora de los polos espiritualmente
opuestos.
Nuestro ideólogo y mitólogo
italiano concede gran importancia al mito protohistórico de la originaria
localización ártica de los pueblos indoeuropeos, que se habrían visto obligados
a descender hacia tierras meridionales tras un cambio en las condiciones
climatológicas que produjo la inhabitabilidad, por un descenso brusco de las
temperaturas, de esta tierra nórdica originaria. Pero los “hiperbóreos” habrían
conservado siempre la nostalgia mítica de su tierra originaria bañada por la
estacional luz perenne del sol ártico, que se habría convertido así en un
símbolo, siempre recurrente en estos pueblos, de la espiritualidad superior
positiva. De ahí el lema evoliano “Ex Septentrionis lux”. En efecto, la
espiritualidad indoeuropea (“aria”) se erige sobre un principio solar, uránico
(celeste), olímpico, supraconsciente, individualizante en sentido superior y
fundador de un orden heroico, luminoso y viril. A esta espiritualidad superior
se contrapone la sureña o la de un ciclo de decadencia de la misma raza
hiperbórea, de carácter telúrico y ctónico (referente a los poderes
subterráneos), y también, según Evola, de claro carácter “femíneo”; una
espiritualidad que representa a las fuerzas ínferas, oscuras, inconscientes, y
a las potencias del desorden, el caos y la extralimitación, que anegan la
individualidad en la indeterminación telúrica de la procedencia y la vuelta de
todo al seno materno de la Tierra. Una espiritualidad también afrodítica, lunar
y fuente de éxtasis impuros y de promiscuidad matriarcal; es el ciclo cultural
regido por el culto a la Gran Madre Tierra. En el comienzo de su obra “Metafísica del
sexo”, Evola traduce a términos ontológicos este dualismo cosmovisional-cultural,
pero en los términos de una ontología que conserva la grandiosidad metafísica
de un carácter elemental y concreto, lo cual es de agradecer teniendo en cuenta
la cantidad de abstracción intelectualista a la que han dado lugar las
ontologías filosóficas. Así, se contrapone un principio masculino del Ser
hierático e inmóvil a un principio femenino del Devenir y la movilidad agitada.
Conviene prestar atención a la oposición que queda establecida aquí entre lo
maternal desindividualizante y “ginecocrático” de la espiritualidad negativa y
lo heroico individualizante en sentido suprapersonal, supraconsciente y viril
de la tradición espiritual “hiperbórea”.
Pero observemos también que
mediante el mito de la localización hiperbórea originaria de la espiritualidad
indoeuropea esa oposición ha quedado establecida por la influencia del “medio”
y no por un determinismo genético-biologicista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario