sábado, 2 de abril de 2016

SOBRE EL IDEÓLOGO ULTRADERECHISTA JULIUS EVOLA (1898-1874)



(INACABADO)



Los que desde siempre hemos sentido un rechazo instintivo e intuitivo hacia el mundo moderno no podíamos dejar de habérnoslas tarde o temprano con la obra de Julius Evola. Podríamos sospechar, apropiándonos del punto de vista metapsicológico espiritualista del propio Evola, que esa repulsión tal vez se deba a la existencia en nosotros de la herencia oculta de un principio suprapersonal no conforme con la fisonomía cultural del mundo moderno y rebelde espontáneamente frente a la estética espiritual de ese mundo. Ni los prejuicios académicos ni la racionalización izquierdista de nuestro descontento antimoderno en nuestra juventud han impedido que nos acabáramos encontrando con la obra de Julius Evola, por muy alejada  que se halle su doctrina de lo que hoy se considera políticamente aceptable. También era normal que recaláramos en Evola los que desde edad así mismo temprana habíamos iniciado una búsqueda de formas de espiritualidad superior que trascendieran la “pequeña moral” pequeñoburguesa y la religión implantada como mero mecanismo socialmente utilitario de mantenimiento a raya del animal humano.
Este autor italiano del siglo XX ofrece una obra tradicionalista, antidemocrática y antiigualitaria, sustentada en ideas esotéricas y que remite a un espiritualismo cosmovisional  deudor del “perennealismo” de René Guenon, según el cual existen significados y valores originarios y presentes en todas las sociedades tradicionales que configuran una “normalidad” de las civilizaciones que es la antítesis total del progresismo, el racionalismo y el materialismo por los que discurre el rumbo de las sociedades modernas occidentales.
Las valoraciones concretas de Evola sobre la influencia en las sociedades modernas de poderes culturales como el culto al deporte, lo femenino y la sexolatría o el economicismo desbocado tienen un gran poder de revelación de lo que pasa en el presente. Además, el magnífico carácter elemental de la obra tradicionalista, esotérica y antimoderna de Evola tiene una clara ventaja sobre el pensamiento de egregios representantes de la “reacción” filosófica profesoral; por ejemplo, sobre el del señor Heidegger: lo que en este taimado autor no está dicho, mediante el disimulo filosófico amparado en una ontología con motivos vanguardistas superadores de la metafísica occidental, se hace explícito en Evola mediante un pensamiento cosmovisional espiritualista concreto. Por cierto, existe un muy interesante y significativo paralelismo entre la última propuesta de Evola sobre cuál debe ser la actitud del hombre diferenciado, según las cualificaciones de la Tradición, para resistir al mundo moderno, el famoso “cabalgar el tigre”, y la “serenidad” (Gelassenheit) recomendada por Heidegger ante el mundo técnico moderno. Con respecto al opuesto frente de la crítica de la cultura social actual hecha desde presupuestos que, con todas las salvedades “dialécticas” que se quiera, asumen la Ilustración y el progreso racionalista, la obra de Evola también tiene un poder clarificador: en contra de lo que se pudiera pensar estando bajo la influencia de la crítica cultural izquierdista, toda la basura cultural en la que viven hoy las masas no se debe a una opresión o manipulación ejercida sobre ellas para “alienarlas” y de esta manera hacer imposible su desarrollo humano pleno, que chocaría con las exigencias materiales del modo de producción existente, sino que se debe a que se han aflojado hasta el límite los mecanismos de sublimación y elevación que los poderes tradicionales hacían funcionar y que mantenían a raya la miserable espontaneidad instintiva que esas masas llevan por naturaleza dentro de sí.
Hermann Hesse, que llegó a leer una de las principales obras de Evola, Rebelión contra el mundo moderno, comentó que le había parecido una obra “muy peligrosa”, y desde luego lo es. Pero sería una ofuscación fruto de la tan frecuente susceptibilidad “antifascista” entender a Evola en un sentido primariamente racista o clasista. Por otra parte, el ultraderechismo de Evola tiene poco que ver con lo que convencionalmente y actualmente entendemos por tal en España, pues Evola no es ni católico (más bien es anticristiano, como luego veremos), ni nacionalista, ni neoliberal radical. No obstante, no vamos a ocultar nada de esa peligrosidad aludida por Hermann Hesse: Evola establece una tipología espiritual jerárquica de las grandes cosmovisiones y actitudes básicas ante el sentido de lo sagrado que tiene una clara base racista. Pero no se trata de un racismo biologicista según un determinismo socialdarwinista sino de un racismo de orientación cultural o, como el mismo Evola dice, “espiritual”. Con el título de La raza del espíritu ha sido traducido al castellano uno de sus libros dedicados a este desgraciado tema. Evola llega a polemizar duramente contra el racismo de tipo biologicista e incluso saca a colación la expresión “materialismo zoológico”, al parecer debida a Trotsky, para caracterizarlo.
El racismo propio de Evola podría quedar neutralizado en cuanto doctrina política si se lo entendiese sólo en el sentido de que las distintas culturas históricas étnicamente diferenciables han representado la realización temporal de distintos principios espirituales. Pero nos encontramos aquí con que para Evola esto no supone un relativismo de las distintas concepciones del mundo fundadoras de maneras de comprender y de realizar la espiritualidad y que sería étnicamente identificables, pues para nuestro autor existe una Tradición primordial, a la que llama “hiperbórea”, sustentadora de significados metahistóricos , eternos en su validez espiritual, que habrían sido plasmados en mitos, ritos y símbolos extendidos en el orden temporal histórico por los pueblos indoeuropeos en sus migraciones de Norte a Sur y de Oeste a Este a partir de una localización protohistórica mítica de estos pueblos en un lugar cercano al Ártico (de ahí la identificación con los hiperbóreos míticos de los antiguos). De esta manera, para concretar su pensamiento cosmovisional, Evola establece una serie de tipos espirituales étnicamente identificables y valorables como inferiores o superiores según un dualismo básico entre fuerzas espirituales oscuras, “ínferas”, que se habrían manifestado en los cultos  espirituales de los pueblos sureños (de color) y fuerzas espirituales luminosas, procedentes de lo alto y cuyos portadores habrían sido los indoeuropeos en su espiritualidad olímpico-solar. Es así como Evola construye su historiosofía espiritualista, siempre proveniente de un sentido metahistórico en su originariedad mítico-espiritual y basada en una lucha de principios cósmicos inmune a toda síntesis o mediación reconciliadora de los polos espiritualmente opuestos.
Nuestro ideólogo y mitólogo italiano concede gran importancia al mito protohistórico de la originaria localización ártica de los pueblos indoeuropeos, que se habrían visto obligados a descender hacia tierras meridionales tras un cambio en las condiciones climatológicas que produjo la inhabitabilidad, por un descenso brusco de las temperaturas, de esta tierra nórdica originaria. Pero los “hiperbóreos” habrían conservado siempre la nostalgia mítica de su tierra originaria bañada por la estacional luz perenne del sol ártico, que se habría convertido así en un símbolo, siempre recurrente en estos pueblos, de la espiritualidad superior positiva. De ahí el lema evoliano “Ex Septentrionis lux”. En efecto, la espiritualidad indoeuropea (“aria”) se erige sobre un principio solar, uránico (celeste), olímpico, supraconsciente, individualizante en sentido superior y fundador de un orden heroico, luminoso y viril. A esta espiritualidad superior se contrapone la sureña o la de un ciclo de decadencia de la misma raza hiperbórea, de carácter telúrico y ctónico (referente a los poderes subterráneos), y también, según Evola, de claro carácter “femíneo”; una espiritualidad que representa a las fuerzas ínferas, oscuras, inconscientes, y a las potencias del desorden, el caos y la extralimitación, que anegan la individualidad en la indeterminación telúrica de la procedencia y la vuelta de todo al seno materno de la Tierra. Una espiritualidad también afrodítica, lunar y fuente de éxtasis impuros y de promiscuidad matriarcal; es el ciclo cultural regido por el culto a la Gran Madre Tierra.  En el comienzo de su obra “Metafísica del sexo”, Evola traduce a términos ontológicos este dualismo cosmovisional-cultural, pero en los términos de una ontología que conserva la grandiosidad metafísica de un carácter elemental y concreto, lo cual es de agradecer teniendo en cuenta la cantidad de abstracción intelectualista a la que han dado lugar las ontologías filosóficas. Así, se contrapone un principio masculino del Ser hierático e inmóvil a un principio femenino del Devenir y la movilidad agitada. Conviene prestar atención a la oposición que queda establecida aquí entre lo maternal desindividualizante y “ginecocrático” de la espiritualidad negativa y lo heroico individualizante en sentido suprapersonal, supraconsciente y viril de la tradición espiritual “hiperbórea”.
Pero observemos también que mediante el mito de la localización hiperbórea originaria de la espiritualidad indoeuropea esa oposición ha quedado establecida por la influencia del “medio” y no por un determinismo genético-biologicista.



    

    

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