sábado, 28 de diciembre de 2013

SOBRE MÍ MISMO

Raro me llaman pero soy neurótico,
quiero salvarme con extrañas gnosis
pero tal vez me lleve la psicosis
y acabe solo hundido en lo caótico.

Confieso un pensamiento clorótico,
pues aunque mi mágica neurosis
no permite de mi mente la esclerosis
poco concibo sin acento erótico.

No alcanzo la verdad inteligible
del mundo esencial y necesario
y me gusta el amor de lo sensible.

Tengo un febril fondo reaccionario,
soy fiero misógino incorregible
y me declaro tonto estrafalario.

viernes, 27 de diciembre de 2013

A UNA TÍA PIJA





Comprensivo coño rico-bonito
llevas oculto en pija vestimenta
para ofrecerlo más tarde contenta
junto al prodigioso tetamencito.

Centro de dulce mundo es tu chochito,
que placer irradia y además calienta
cuando el amor cachondo experimenta
el que te tiene en penetrante rito.

Tu verdad es sólo el placer que envías
con tu cuerpo en vicioso movimiento
olvidando del alma tonterías.

Hagamos de nuevo el experimento
de elevar tus idiotas pijerías
a placer de místico corrimiento.

martes, 24 de diciembre de 2013

SONETO ERÓTICO-PORNOGRÁFICO

Moja tu coño mi ardiente entusiasmo,
sosiegas y cabalgas en mi leño
con buen culo luciente y berroqueño
cuando gozas suprema en el espasmo.

Aunque te divinices en orgasmo,
permanece cercano en el empeño
tu pecho, que es orondo y fue pequeño,
y regalas a la carne su quiliasmo.

No eres cuando follas dominante
objeto social de mi teoría,
pues no deja tu cuerpo maleante

que desprecie tu lujuria y su alegría
y ya no es sufriente ni anhelante
el deseo que colma tu maestría.

jueves, 12 de diciembre de 2013

PEQUEÑO INTENTO SOBRE EL PSICOANÁLISIS



                                                             

                                                                I

El psicoanálisis tiene un gran interés antropológico e incluso filosófico y ha influido en múltiples aspectos del pensamiento contemporáneo; lo que pasa es que es todo mentira y no cura. Pero eso es lo de menos; lo importante es que haya múltiples perspectivas teóricas sobre lo humano y se establezca no un diálogo sino una lucha cultural encarnizada entre ellas, pues de esa manera es como permanece vivo el pensamiento de una época.
A pesar de que desde el conservadurismo y el tradicionalismo cultural se acuse al psicoanálisis de ser un " reduccionismo" materialista de los instintos, con él se ha producido una profundización de la visión del hombre frente a la concepción clásica simplista de la pasiones del alma que deben ser domeñadas por la razón.
Freud introduce, o descubre, una lógica cuanto menos peculiar en el funcionamiento de los movimientos apetitivos de la mente, que tal vez pudiera considerarse como una lógica "dialéctica" en un cierto sentido,por la aparición en ella de la "ambivalencia" como categoría esencial y por la identificación de mecanismos psíquicos como las "formaciones reactivas", que son la conversión en su contrario de los instintos, o el juego de contradicción sobre una unidad profunda entre pulsión de muerte y pulsión erótica.
Igual que lo más "moderno"de Freud seguramente es su teoría semiótica de los sueños que puede encontrarse en su obra principal sobre el tema onírico.En todo caso, Freud es uno más de los autores que han intentado descubrir la lógica de la vida fracasando en ello, pues su teoría queda, igual que le ocurre a la dialéctica, como una aportación cultural marcada por la originalidad personal y no como producto cultural totalmente intersubjetivo en el que la visión personal subjetiva queda totalmente segregada y eliminada, como sí ocurre en el caso de la ciencia positiva.
Si hacemos caso de Pablo VI, que acusó a Freud de ser el responsable del moderno abandono de la moral sexual tradicional y religiosa por parte de grandes masas de la población, en la influencia de Freud tendríamos una prueba de cómo las teorías sobre el hombre no son un juego de especulaciones  o reconstrucciones abstractas, como las de la "filosofía primera", cuyo referente real sería la idiosincrasia peregrina o hiperintelectualizada  de unas pocas mentes calenturientas, sino que encarnan en la "intrahistoria" de los hombres y mujeres corrientes.
Pero existe todavía hoy una pequeña burguesía, tal vez en situación de retraso frente al desarrollo cultural histórico objetivo,que sigue sin "deshollinar", por utilizar un término que Freud tomó prestado de una paciente para describir la función catártica liberadora del psicoanálisis, sus miedos, su hipocresía y su actitud pacata ante todo lo relacionado con la sexualidad. Padres de  enfermos neuróticos e incluso psiquiatras, tanto si son de la vieja escuela "humanista" como si son de la actual tendencia tecnocrática, se niegan a tratar el tema de la sexualidad en el tratamiento de la enfermedad.


II

Si queremos recuperar el tipo social perdido del burgués culto y humanista-liberal hay que defender la educación de los niños dentro del modelo edípico resultante de la estructura familiar tradicional. El tipo social aludido tiene claras insuficiencias y en él se realiza la cultura superior como mera compensación ideológica de una realidad social entregada a la lucha no espiritual por la existencia material y el reconocimiento social; lucha en la que, en el caso de su aspecto como lucha por la existencia material, lo que debería ser un medio de la existencia humana se convierte en su fin, y, en el caso de su aspecto como esfuerzo competitivo por el reconocimiento, lo que debería ser una mera cuestión de vanidad psicológica se convierte en objetivo y contenido esenciales de la existencia, de los que se hace depender su éxito, cuando esté éxito basado en el reconocimiento social debería ser una mera contingencia psicológica frente a la que debería permanecer indiferente el núcleo espiritual de la persona.
Pero la recuperación y extensión del tipo social del burgués culto y humanista-liberal parece uno de los pocos caminos transitables para atajar la barbarie cultural reinante, una vez que ha quedado imposibilitado, por causas fácticas y morales normativas, el camino del cambio político radical para conseguir una sociedad que al producir para las necesidades humana auténticas y no para el beneficio privado del capital dejara disponible un máximo tiempo universal, de todos, para el desarrollo general de los hombres como seres culturales plenos.   
Ese burgués culto humanista-liberal ha producido como tipo social histórico una cultura en la que no todo es ideología compensadora, con independencia de que ése haya sido uno de sus posibles usos sociales. En la cultura que va desde la Revolución Francesa hasta su desintegración en el vanguardismo y la catástrofe de la Primera Guerra Mundial hay una objetividad espiritual valiosa con respecto a la cual lo que viene después tiene un carácter "reactivo", es decir, no representa el comienzo de una nueva época ni más profunda ni más rica, y no afirma un supuesto ludismo (el del niño en la famosa parábola nietzscheana de las tres fases del espíritu) más libre, sino que es solo decadencia y descomposición. Este juicio estético no relativista tiene en última instancia una base intuitiva que se tiene o no se tiene, y por lo tanto no es posible "dialogar" sobre él, ni se puede argumentar, solo se puede enunciar.
La desaparición de la figura del burgués culto humanista-liberal ha producido la generalización del tipo del pequeño-burgués amorfo y filisteo que en su incultura "normalizada" se convierte en el material humano ideal para el capitalismo y no ha propiciado la aparición masiva de individuos que a partir de la desestructuración nihilista de su fisonomía burguesa se conviertan en seres "nómadas" inasimilables para la lógica del rendimiento capitalista y que vivan "activamente" la coyuntura del nihilismo, convirtiéndose así en seres creativos que esteticen su subjetividad abierta y multiforme de tal manera que conformen un nuevo modo de ser culturalmente significativo y engrandecedor e intensificador de la vida. En todo caso estas personalidades de estructura burguesa destruida y subjetividad estetizada son solo un fenómeno marginal que no puede constituir una nueva cultura que iguale ni por asomo los logros objetivos de la gran cultura burguesa. Todo queda en snobismo vanguardista de gustos y costumbres vitales, y en la medida en que esas neoindividualidades consiguen estabilidad para la creatividad tienen que seguir pasando por las estructuras burguesas familiares y académicas. La referencia simbólica de un Edipo fuerte y normalmente constituido y desarrollado tiene que seguir estando presente para que haya logros culturales valiosos. Entonces, de lo que se trata es de recuperar el modelo del burgués edípicamente constituido en su humanismo y en sus principios de liberalismo culto y extenderlo a las masas que hoy viven sumidas en el caos de la incultura pequeñoburguesa, en la que se combina, para dar lugar al filisteísmo perfecto, una ideología del productivismo y del rendimiento laboral con la justificación de esa ideología del trabajo por su utilidad para el disfrute hedonista inculto del tiempo libre.
En Freud hay, pues, una idea de normalidad burguesa que hay que valorar y defender cómo condición de posibilidad psicológica de esa recuperación propuesta de la personalidad burguesa clásica. Pero abundan los que hacen un uso nihilista y antiburgués de Freud como el descubridor de que la estructura familiar tradicional edípica produce de manera casi universal represión, sufrimiento y enfermedad; también los que adoran a Freud como el descubridor de que el mal anida en todas las mentes y no puede ser circunscrito en el territorio de los no-burgueses. En este último caso, Freud habría sido solo alguien que habría concretado mediante análisis psicológicos la doctrina cristiana del pecado original, también compartida por Kant con su idea del "mal radical". 
Por otra parte, los críticos conservadores de Freud creen que lo que hizo él fue minar las mismas bases morales de la estructura familiar edípica burguesa. Pero más bien él simplemente partió del hecho de que el desarrollo individual dentro de esas estructuras tenía fallos que se traducían en enfermedad psíquica y buscó un método clínico que permitiera la reintegración de esos casos en una vida burguesa normal, vida que él expresamente definió como vida dedicada al amor y al trabajo. No habría, por tanto, ningún rastro de inmoralismo antiburgués en Freud. Por eso tienen más razón que los críticos conservadores de Freud y que sus admiradores nihilistas sus críticos de extrema izquierda filosófica, como Deleuze y Guattari en el "Anti-Edipo", que ven en él un defensor de esa normalidad que se traduce en y se transmite con la personalidad edípicamente constituida.
La alternativa a la neurosis que debe buscarse es la normalidad edípica, no, en contra de lo que hacen Deleuze y Guattari, una esquizofrenia concebida como desear nómada y salvaje que irrumpa con su productividad estética y afirmativa no dependiente de la negación de la Ley. Hay que insistir en una visión humanista de la enfermedad psíquica y no dar el salto, otra vez en contra de Deleuze y Guattari, a una desestructuración estético-anarquista de la personalidad donde la categoría de enfermedad cesaría de tener validez.
El tratamiento humanista de la enfermedad, que no otro es el que propone el psicoanálisis, no tiene por qué significar solamente la aceptación del principio de realidad y la sumisión del deseo a sus dictados, sino que puede abrir un campo de salud superior para la personalidad a  través de los múltiples, elevados y gratificantes caminos de la sublimación.



III


Desde luego Freud, como materialista biologicista, no vio ni por asomo el problema filosófico de si la sublimación del deseo puede ponernos en contacto con un mundo espiritual autónomo y con su propia legalidad ideal que ya no está constituida por ningún movimiento del deseo o de la voluntad como principios metafísicos últimos sino que permanece inalterable  como idealidad pura a la que el hombre puede acceder  con su parte espiritual superior, con su entendimiento, y más allá del proceder analítico-mecánico de éste, con su razón sintética, orgánica y totalizadora, con la razón específicamente filosófica.
Pero cabría también negar este mundo del espíritu concebido en términos intelectualistas, pero no para caer en un pensamiento según el cual lo único existente sería lo particular sensible y lo instintivo, sino para afirmar un espíritu que tenga un carácter libidinal, que no se oponga al impulso por ser el mismo impulso, es decir, afirmar que en lo apetitivo, en lo oréctico humano existe un dinamismo que trasciende lo biológico-sexual. Afirmar que la libido humana es propiamente espiritual, en tanto ella está dirigida a una plenitud del ser consistente concretamente en la realización de lo bueno, lo bello y lo verdadero, y que esta tendencia, aunque su objeto pueda estar aquejado de lo utópico propio de la indeterminación sentimental, es precisamente sentida con total concreción vivida como existencia subjetiva máximamente plena y real.
La autonomía de la legalidad ideal de lo inteligible es el tema de toda filosofía que no se autosuprima como empirismo y nominalismo que niegan que lo ideal sea otra cosa que mera representación mental abstracta que no se corresponde con nada universal y necesario autosubsistente  como ser de una esfera ideal diferente de la esfera espacio-temporal de lo particular-sensible.
Por la identificación de la razón con la mera inteligencia, que Freud asumió como hijo de la época decimonónica positivista, él tampoco pudo vislumbrar la idea de una razón superior a la mera inteligencia del entendimiento, razón superior que en su proceder sintético, totalizador y orgánico permitiría el descubrimiento de toda la complejidad dinámica de ese mundo de lo inteligible-espiritual, más allá del mero registro empírico de "lo dado" por el proceder analítico-mecánico  de la mera inteligencia de las ciencias naturales positivas; una razón superior que nos permitiría movernos por un entramado de relaciones necesarias esenciales puramente inteligibles, por una legalidad de relaciones esenciales puramente inteligibles en la que el deseo, el impulso apetitivo, aunque nos haya podido conducir hasta ella, como ocurría mucho tiempo antes de Freud en Platón, ya no juega ningún papel y debe quedar segregado del conocimiento puramente intelectual-espiritual.
Algún filósofo ha pensado que la superación de la mera inteligencia  científica presa en lo particular-contingente no está en una razón superior al entendimiento sino en una intuición emocional que no sería el reino de la arbitrariedad del sentimiento subjetivo sino que nos abriría un orden de esencias objetivas de valor. Esto  nos lleva a la posibilidad apuntada anteriormente de una afectividad deseante espiritual. Pero sea la razón superior o la afectividad espiritual lo que nos abre el reino de lo ideal y sea esto concebido como dinamismo orgánico o como reino de cualidades inmutables de valor existentes metafísicamente con independencia de lo cósico, el caso es que si no existe un medio de conocimiento superior al del entendimiento empírico-científico y si no hay idealidad con su propia legalidad no empírica- contingente, toda filosofía deja de tener sentido y lo único que queda es tomar nota de la disolución empirista-nominalista de la filosofía y dedicarse a otra cosa. Continuar con ella sería, en ese caso, emitir un discurso edificante absolutamente arbitrario, incapaz de dar cuenta de sí mismo como verdad y por tanto estar haciendo mera ideología que no tendría  derecho a ponerse por encima de las opiniones cotidianas de cualquier otra conciencia sin pretensiones filosóficas. Entraríamos en el reino sofístico de los discursos edificantes meramente culturales. Esos discursos acabarían anulándose a sí mismos en tanto estarían inermes ante los puntos de vista, los gustos y las creencias populares incultas, que con todo derecho se presentarían como tan legítimas como los discursos edificantes cultos, que además, quedarían recluidos en la insignificancia de minorías intelectuales incapaces de crear verdadera cultura objetiva históricamente efectiva. Entonces no tendríamos una situación de vivo y rico pluralismo de ideologías, en el que la filosofía sería una voz más en el "diálogo de la humanidad", sino una situación de dominio social completo de la banalidad ideológica, con la filosofía como mera curiosidad académica culturalmente inocua e inefectiva. Pero esa situación es ya la nuestra.
El psicoanálisis y  el marxismo como teorías culturales que no poseen una suficiente fundamentación en una verdad evidenciable para un medio de conocimiento que envuelva a la inteligencia del entendimiento,superándola, han pasado ya a ser parte de esas curiosidades culturales marginales. No forman parte de una fértil lucha de teorías culturales, tal y como proponíamos para teorías semejantes al principio de este trabajo, sino que han quedado totalmente reducidas a extravagancias que se elige defender por mero punto de vista subjetivo, arbitrario y contingente, de la idiosincrasia personal. Por eso pueden ser puestas al nivel de la parapsicología y otras seudociencias por los defensores, como Popper o Bunge, del monismo cultural de la tecnociencia. Para una fundamentación de teorías críticas como el psicoanálisis y el marxismo en la verdad habría que explorar su apoyo último en la intuición, pues toda crítica posible tiene una base intuitiva que, por otra parte, hace imposible el planteamiento de la crítica como búsqueda díalógica de la verdad, ya que la intuición de valores en que reposa la crítica no es argumentable en una diálogo que dé la evidencia de su verdad a quien carezca del poder de intuición de esos valores situados como fundamento de la crítica.




IV

Hay que recuperar una cultura humanista exenta de toda deriva hacia el extremismo filosófico que transita por los caminos de la diferencia ontológica o de la conciencia trascendental, pero al mismo tiempo vertebrada filosóficamente, esto es, consciente del sentido último que en relación con valores intemporales tienen todas las creaciones del espíritu humano. Esta vertebración filosófica no sería otra cosa que el basamento de la cultura en una conciencia histórica no relativista sino que sepa ver la variabilidad histórica de las obras culturales como expresión y camino necesario de la realización humana plena en un proceso cuyos hitos abren distintas posibilidades, ninguna de las cuales puede ser ajena a la comprensión y contemplación por parte de la persona que quiera dirigirse hacia la realización de los valores que dan sentido superior a la existencia humana. El historicismo clásico, desde Herder a Dilthey, ha visto en la diversidad cultural que aparece ante la conciencia histórica no una excusa para el puro relativismo sino una ocasión de la formación humana universal plena.
Contemplación, comprensión y, en los casos en los que sea psicológicamente posible, creación de todo tipo de obras culturales ofrecidas, o posibilitadas en el caso de la creación, por el multicolor espectáculo de la historia, pero no para caer en el relativismo sino para ver todas esas obras como realización de algún aspecto de los valores intemporales fuera de los cuales no hay realización de la existencia como auténticamente humana. Esta es la única forma de evitar que las vivencias culturales se conviertan en mero ornamento, mera distracción o mero medio de obtención de placer subjetivo narcotizante. Esto es lo que sería una experiencia cultural vertebrada filosóficamente que evite el escollo del conocimiento cultural como vía segura hacia un  relativismo síntoma de hartazgo ante la pluralidad de posibilidades humanas objetivables. Se combinaría así el disfrute que permite una conciencia histórica enriquecida y siempre en aumento con el suelo firme de una conciencia filosófica de la objetividad ideal intemporal y universal de los valores.
Ciertamente el humanismo burgués puede degenerar en blandenguería filantrópica de origen superficialmente ilustrado, pero puede incluir también como un momento suyo una modalidad individualista de romanticismo que puede salvar el peligro de connivencia con el nihilismo que puede albergar dentro de sí cierto romanticismo especulativo. Humanismo de la realización humana a través de la formación cultural (Bildung) y romanticismo individualista formaron durante el siglo XIX una unidad dialéctica dentro de la cultura burguesa superior. Y precisamente esa constelación cultural suponía la aparición de una problemática acerca de las relaciones del individuo con la sociedad burguesa que podía empujar dialécticamente a una toma de conciencia política superadora de los límites culturales de la propia sociedad burguesa. La figura del burgués culto humanista siempre ha estado acompañada por la del bohemio espiritual en contradicción con la sociedad burguesa y que empujaba culturalmente más allá de ella. El humanismo culto liberal-burgués se haya, por tanto, en posesión de un rico cúmulo de contradicciones internas que pueden significar un cuestionamiento de los modos de vida limitados por las exigencias no humanistas de la vida bajo el capitalismo, que son fundamentalmente aquellas que vienen dadas por las necesidades de especialización derivadas de la creciente en complejidad división del trabajo y por la reducción de la esencia cultural de la vida.
Se trataría, por tanto, de recuperar una dialéctica del humanismo y el romanticismo y no querer, en contra de lo que hacen el pensamiento y el arte posburgueses y poshumanistas que han cambiado el romanticismo por el vanguardismo nihilista, oponer a las formas de vida empobrecidas por las limitaciones productivista-consumistas de la existencia bajo el capitalismo desarrollado formas de vida desestructuradas y  espiritualmente patológicas como protesta frente a esas limitaciones. El antihumanismo que como forma de vanguardismo filosófico, por ejemplo el antihumanismo de Heidegger, ha socavado el ideal burgués de cultura ha sido aliado objetivo del proceso capitalista de disolución de la individualidad diferenciada y que albergaba una serie de contradicciones espirituales potencialmente superadoras de la sociedad burguesa. Estas formas de vanguardismo filosófico antihumanista que concebían el humanismo no como un contrapeso, siempre en unidad dialéctica con el romanticismo, del proceso de modernización de la razón instrumental sino como parte de la hipertrofia moderna de la subjetividad responsable de ese proceso han destruido la idea de formación por una experiencia plena (Bildung), que era la única barrera real, no referente a quimeras filosóficas como la relación "rememorante" con el Ser o los modos estéticos de descentrar la subjetividad, de la unilateralidad instrumental de ese proceso de modernización y que permitía, por otra parte, las intuiciones valorativas críticas que eran el único recurso culturalmente eficaz de la vida individual frente al dominio de la razón instrumental.
Hay que escapar de la falsa alternativa entre vida filistea pequeñoburguesa a la que conduce la dinámica capitalista ( esta es una de las evidencias valorativas críticas dadas intuitivamente) o vida patológicamente enrarecida que escapa al hechizo universal de la "normalización" burguesa y volver  a plantear la posibilidad de una vida realizativa de altas posibilidades humanas en el medio cultural humanista de la formación por una experiencia plena (Bildung). La realización de esta posibilidad cultural exigiría la superación de la situación social burgués-capitalista, pero ante la inviabilidad hoy de esta superación por la derrota histórica en todos los frentes del movimiento obrero práctica y teóricamente dirigido a la transformación social efectiva cabe el recurso a una restauración del mundo de la gran cultura burguesa que haga posible, en este caso no ya para todos según condiciones sociales de justicia en la universalización de las posibilidades sociales de realización sino al menos para unos pocos, la realización humanista de una personalidad no menoscabada por las exigencias de una formación cultural inferior dirigida a la adaptación al mundo de la lucha por la existencia bajo condiciones capitalistas.










miércoles, 11 de diciembre de 2013

NOTA SOBRE EL INCONSCIENTE Y EL PELAGIANISMO

  NOTA SOBRE EL INCONSCIENTE Y SOBRE EL PELAGIANISMO.

La doctrina psicoanalítica del inconsciente no dice, como yo le escuché decir a alguien que hacía una lectura "burguesa" de lo que había llegado a sus oídos de Freud, que hay algunas personas, que serían siempre "los otros", que albergan tendencias destructoras y moralmente malas en su inconsciente, sino que todos albergamos esas tendencias en nuestro inconsciente. Y ello está, por cierto, en consonancia con la doctrina cristiana del pecado original, que, también por cierto, muchos creyentes que usan de la religión como un medio de asegurar la creencia en que ellos representan lo bueno y querido por Dios no tienen nada clara y más bien caen en una cierta forma de pelagianismo, según el cual ellos son buenos por naturaleza, ellos son los que conocen los valores morales objetivos, lo que es bueno por naturaleza y por eso Dios le debe su Gracia. El gusto que muchos católicos intelectuales sienten por la teoría de Max Scheler sobre la objetividad de los valores aprehensibles  por medio de la intuición de esencias es una forma completa de pelagianismo.
Sobre esto del pelagianismo hay que recordar que grandísimos cristianos como S. Agustín han insistido en que la peor infatuación pecaminosa del hombre consiste en que éste se crea bueno por sí mismo, por su propia naturaleza, por ser una individualidad no corrompida. San Agustín pone el siguiente ejemplo: ¿cómo es posible que Dios permita que en las guerras que producen sangre y destrucción muchachas vírgenes que parecen cumplir con todas las virtudes y ser la encarnación de  la inocencia sean violadas, torturadas y asesinadas? Pero estas vírgenes, dice San Agustín, al creerse virtuosas por sí mismas y estar seguras de su total valor moral bueno, ¿no habrían incurrido en un fatal pecado de orgullo peor que los que habrían cometido si hubieran sido viciosas?

lunes, 9 de diciembre de 2013

LO "RARO"

                                                           LO "RARO"


Todo eso que se considera "raro" es la Sombra tras la Personalidad social consciente, según la terminología usada por el psiquiatra Carl Gustav Jung, y en ello se condensa "lo extraño y lo oscuro, lo desviado y lo misterioso conjugado con lo fantástico"(Erich Neumann, discípulo de Jung).

El individuo normal y normalizado, que ha interiorizado exitosamente la moral convencional de su grupo social de origen y que en nuestra sociedad podemos seguir caracterizando como el "buen burgués" (a pesar de todas las apariencias de disolución de los modos de vida burgueses), se siente portador de lo bueno, racional, natural y conveniente y proyecta todo lo oscuro, lo raro, lo desordenado, lo peligroso, e incluso el mismo mal, sobre distintos sujetos que se le aparecen como "raros", desviados, incomprensibles, sospechosamente diferentes. Es el mismo mecanismo psicológico que lleva al odio hacia las minorías de extranjeros o hacia los identificados por costumbres y valores diferentes a los del "buen burgués".
Pero el tema político de la "ampliación de derechos" de las minorías, aunque si me pusiera a pensar razonablemente sobre él llegaría a conclusiones favorables a tal reivindicación, a mí no me interesa. Me interesa mucho más el punto de vista, que hago enteramente mío, según el cual es bueno que existan minorías "raras" y no integradas que inquieten al "buen burgués".
En una sociedad espiritualmente saludable y que conserve intactos fundamentales principios liberales, no atacados por patologías políticas que lleven al crimen contra los diferentes, tiene que haber alguna compensación al dominio en ellas de las formas de vida "normales", productivas, "sensatas" y ordenadas según los principios utilitarios de la moral social. Y esa compensación, por el afán de las minorías en llegar a la igualdad jurídica formal en lugar de afirmar su identidad desafiante para el burgués, corre el peligro de ser perdida en nuestra sociedad.
Dicho esto, también hay que señalar que una de las tareas vitales más urgentes para aquellos que no somos "burgueses" es demostrarles a éstos que pueden existir formas de vida no basadas esencialmente en el productivismo y "reproductivismo" de las funciones sociales burguesas básicas dé "amar y trabajar" que pueden ser adoptadas sin que ello suponga un conducir la vida hacia lo desastroso y desordenado y que no tienen por qué ser moralmente malas en ningún sentido. Es decir, se trata de buscar alternativas no nihilistas al modo de vida burgués.
 Creer que la vida centrada en "amar y trabajar" es la única vida normal posible, como pensaba por ejemplo Freud, es sólo un prejuicio burgués. Sólo hace falta tener un mínimo sentido histórico para saber que han existido en el tiempo  y en las diferentes culturas muchas formas de vida no basadas en el "amar y trabajar". Valgan como ejemplos: el sacerdote, el guerrero, el héroe político, el profeta, el monje, el artista, el bohemio, el gentleman, el aristócrata.
Sería caer en un marxismo o en un materialismo vulgares salir diciendo que éstas han sido formas parasitarias de vida, cuando es justamente buena parte de lo más valioso y grande que ha existido lo que ha sido creado o propiciado por esas formas de vida. Ahora bien, sí es cierto que todas esas formas de vida con toda su riqueza y pluralidad han sido posibles sólo por un determinado desarrollo de las fuerzas productivas que permitía la existencia de un excedente que libraba a una minoría del deber del trabajo.