He aquí una sola muestra del intenso bombardeo moral al que
Adler somete a los neuróticos como monstruos de egoísmo y perversidad retorcida
en su obra El Carácter Neurótico:
“El tema del amor rechazado casi siempre desempeña algún
papel en estos casos [de neurosis], originando intensos impulsos de odio contra
la persona amada sin retribución. En efecto, es difícil concebir que el amor
pueda sufrir tal metamorfosis en hombres sanos. Requiérese la suma de todos los
impulsos de dominio y de exagerado afán de hacer valer la propia personalidad,
que anidan en el neurótico, para querer apoderarse del alma de otra persona
contra su voluntad. El neurótico lo quiere todo, y es ciego a los obstáculos
naturales. Por eso ante el rechazo de su “amor”, se siente herido en su línea
directriz más sensible. Desde entonces ya no sueña sino con la venganza:
“¡Acheronte movebo!”
Todos los “rasgos de carácter” de los que habla Adler en El Carácter Neurótico se dan
efectivamente en el neurótico pero ellos no constituyen el núcleo de su
enfermedad sino que lo es el significado de los síntomas específicamente
neuróticos (obsesiones y compulsiones, angustia, fobias, etc.), significado del
que Adler da una explicación completamente superficial e interesada desde el
punto de vista de su teoría, considerando esos síntomas como un recurso más del
egoísmo y afán de dominio del neurótico, surgido siempre del intento de
compensar su sentimiento de inferioridad.
Es
destacable la lucidez psicológica cuasi nietzscheana con la que Adler persigue
todos los rodeos y artificios que sirven al neurótico para tratar de alcanzar
su objetivo fundamental de salvar y reforzar su “sentimiento de personalidad”,
que para Adler es siempre una “voluntad de poder” psicológica que se manifiesta
como afán de superioridad surgido para compensar y anular un originario
complejo de inferioridad, que sería el punto de partida de todo el proceso
neurótico. Este “sentimiento de inferioridad” del neurótico da lugar siempre a
una “protesta”, que Adler insiste una y otra vez, de manera culturalmente
condicionada, en calificar de “protesta viril”. Lo que Adler no aclara nunca
satisfactoriamente, como Freud le reprocha en su Historia del Movimiento Psicoanalítico, es si este complejo de
inferioridad responde a una realidad física o psíquica del neurótico o es un
sentimiento imaginario. Freud decía que según la teoría de Adler todos los que
sufren alguna discapacidad física tendrían que salir neuróticos, lo que no es
el caso. La verdad es que Adler insiste en que el individuo nunca está
determinado por rasgos constitutivos biológicos o psicológicos sino que es su
“`poder creador” el que siempre interpreta los rasgos dados del ser personal
para proyectar un “estilo de vida”, un modo fundamental de vivir y de ver la
vida, que dirige toda su acción y su experiencia, y que cuando está orientado
exclusivamente a la lucha por la superioridad y su reconocimiento en merma del
“sentimiento de comunidad” (que Adler introdujo con posterioridad a la primera
edición de El Carácter Neurótico, de
1912, cancelando con dicha noción el original sentido psicológico nietzscheano
de su teoría) produce el carácter neurótico. Hay una coincidencia cierta entre
este planteamiento psicológico de Adler y la visión, desarrollada en contextos
filosóficos, del ser individual en Heidegger, Ortega y Sartre, como algo no
dado según un determinismo natural sino como algo que hay que “proyectar” a
partir de una facticidad con la que uno se encuentra pero que sólo adquiere su
sentido y su operatividad una vez asumida e interpretada de una manera u otra
por el “proyecto”. Para estos autores decidimos lo que somos dando significado
y finalidad a todo aquello con lo que nos encontramos en nuestra facticidad,
del mismo modo que en Adler es el “plan de vida”, el “estilo de vida”
construido por el “poder creador” individual, de lo que va a depender el ser
efectivo de nuestra vida; y a través de él nuestra base biológica o psicológica
llegará a tener un papel u otro en nuestro destino vital. Yo puedo tener una
discapacidad física, pero esa discapacidad sólo será esencial en mi vida si yo
la asumo como tal, si yo decido verme como un individuo esencialmente
determinado por esa minusvalía. Si yo considero que esa minusvalía no afecta a
lo esencial de mi persona, que yo pongo en otras capacidades, mi vida no será
determinada esencialmente por ella. O incluso no lo hará si yo considero, como
hacen los que practican los llamados deportes paralímpicos, que esa minusvalía
no imposibilita que yo desarrolle el órgano impedido de otras formas y con
otras condiciones distintas a las que son puestas para su ejercicio por las
personas que no tienen tal minusvalía.
Esta
“existencial” manera de entender la libertad humana ha sido criticada por
nosotros (véase el artículo Contra la
Filosofía Existencial del “Proyecto”,
también en este blog) y le hemos opuesto la idea de un “carácter” innato
que como una “forma viva” -no de manera
causal-mecanicista sino mediante un desarrollo orgánico y como una “forma viva”
no captable mediante la identificación analítica de hábitos sino sólo mediante
una intuición totalizadora de la personalidad –decide lo que somos en la vida,
por encima de los contenidos culturales que elijamos o que aceptemos
pasivamente.
Señalemos
de paso que indicaciones de alcance antropológico y psicológico como las
referidas de los citados autores filosóficos eran para el viejo Husserl prueba
de que ellos-él se refería específicamente a Heidegger –se habían salido del terreno
eminentemente filosófico, el de la llamada filosofía primera, para caer en un
terreno inferior, en el que el problema clave de toda filosofía auténtica, el
de la existencia del mundo objetivo con independencia de la conciencia
trascendental y la subjetividad constituyente, se daba como resuelto en un
sentido realista no filosófico, tomándose como
válida sin más lo que Husserl llamaba la “actitud natural”. Desde luego,
la idea “existencial” de libertad de Heidegger, Ortega y Sartre es una visión
más cercana a lo ideológico, y habría que señalar sus conexiones con la
ideología burguesa del individuo autopoiético o autocreador, que a lo
estrictamente filosófico.
Pero
volviendo a Adler, hay que decir que a ninguno de los autores filosóficos
citados le hubiera gustado verse puesto en conexión con un “vulgar” psicólogo
capaz de decir la siguiente disparatada barbaridad, que se encuentra en el
Prefacio de su obra Teoría y Práctica de
la Psicología Individual:
“Lo que los guías de la humanidad habían visto como la obra
de Dios, del Destino, de la Idea, del sustrato económico, la Psicología del
individuo lo entiende como clara expresión de la fuerza de una ley formal: la
lógica inmanente de la convivencia humana”.
Aquí con “lógica inmanente de la convivencia humana” se
quiere significar la lucha psicológica entre individuos por el reconocimiento
de la superioridad. Pensar que lo psicológico es, en tanto forma necesaria de
la vivencia de todo lo cultural, el factor determinante de la marcha histórica
de la humanidad es una disparatada barbaridad, pues supone no darse cuenta de
la autonomía del valor de universalidad de lo cultural, que trasciende la forma
psicológica con que ello tiene que aparecer a la conciencia individual. Hay
principios que rigen el proceso de
desarrollo de ,lo cultural-colectivo –llámense Dios o Idea o, en el
materialismo histórico, el sustrato económico –que superan y neutralizan lo
psicológico, como forma o envoltorio necesario pero no determinante
esencialmente, y que tienen su propia lógica viva de desarrollo autónomo frente
a todo lo psicológico-contingente. Aunque todo tiene que ser vivido
psicológicamente, no todo lo vivido es psicológico. Hay una autonomía del
espíritu, o si se quiere de lo cultural-histórico, frente a lo psicológico-individual-contingente.
El espíritu como contenido neutraliza y segrega de sí la forma psicológica en
tanto el espíritu se desarrolla de forma universal. No sé si se podrá expresar
en el lenguaje de los fenomenólogos esta no reducibilidad de los contenidos
espirituales a la forma psicológica en que son vividos diciendo que toda
vivencia individual es psicológica pero algunas de ellas, las referidas a
contenidos culturales, apuntan intencionalmente a contenidos que no son ellos
mismos psicológicos. El reduccionismo psicologista de lo cultural falla en una
simple falta de percatación de que en cuanto surgen los contenidos culturales
intersubjetivamente válidos se conforma una lógica objetiva del desarrollo y de
la adquisición de validez y efectividad de esos contenidos que vuelve inesencial e insignificante el
formato psicológico en que ellos son vividos privadamente por las conciencias
“monológicas” de los individuos. Si ascendemos al punto de vista filosófico del
idealismo objetivo, habrá que decir también que los contenidos culturales
tienen un estatuto ontológico de objetividad ideal-inteligible que impide que
puedan ser conocidos como simple manifestación de la subjetividad psicológica
de los individuos que los viven o incluso que los producen. Pero no es
necesario llegar hasta aquí; basta con darse cuenta de que lo que alcanza el
rango de contenidos intersubjetivamente comunicados y compartidos pasa a un
plano de validez y de efectividad que no puede ser comprendido mediante lo que
el individuo en su interior psicológico piensa, siente o desea. Toda validez
podrá siempre ser experimentada psicológicamente por alguien, pero toda validez
–teórico-cognitiva, ético-práctica o estético-expresiva- no es algo psicológico
sino algo que tiene su propia lógica intersubjetiva. Toda validez, -por
ejemplo, de verdad- podrá ser siempre conocida por alguien, por un sujeto
psicológico, pero la misma verdad no es algo psicológico, pues de lo contrario
al hacerla depender de lo contingente-particular- subjetivo estaríamos
destruyendo el mismo concepto de verdad, que implica universalidad y necesidad.
Esa universalidad y necesidad puede entenderse en términos de lógica
comunicativa intersubjetiva y no es necesario llegar al idealismo objetivo que
la hace depender de la idealidad (inespacialidad e intemporalidad) inteligible
de la verdad.
Pero
dejando la crítica filosófica de Adler y volviendo al terreno simplemente
psicológico, hay que señalar que, como todas las psicologías del yo que
abandonaron la radical teoría de los instintos de Freud, la Psicología del
Individuo de Adler lleva inevitablemente a una culpabilización del paciente
neurótico. Según estas psicologías del yo que rechazan la preeminencia
determinante de las pulsiones inconscientes en la génesis de la enfermedad
mental, es la propia debilidad, no sé sabe muy bien si solamente moral o
también intelectual, del enfermo lo que está en el origen de la enfermedad, que
es utilizada por él como un recurso estratégico para desentenderse del
enfrentarse con los problemas de su vida, que serían de carácter moral,
político y social y no categorizables, en analogía con la enfermedad orgánica,
como problemas causados por la irrupción en el yo de fuerzas extrañas a él que
interrumpirían su normal funcionamiento entendible con las categorías de la
motivación consciente, disponibles como autoevidentes para todos los participantes en la tarea
cotidiana de comprensión de los demás. Se ha criticado a Freud fuertemente por
haber construido un planteamiento que, siempre a través de la analogía con la
enfermedad orgánica, anularía la responsabilidad de los individuos en sus
disfunciones sociales. Pero la categorización de las personas con disfunciones
y dificultades psico-sociales como enfermos supuso un avance innegable en la
visión humanitaria de estas personas , avance que ni siquiera puede ser puesto
en cuestión por seductores enfoques relativistas de la “historia de la locura”, como el que con exuberante lenguaje
fue planteado por Foucault, autor que no es sino un elegante relativista
historicista equipado con una capacidad de análisis histórico sofístico
verdaderamente apabullante y que él dirige de manera implacable y magistral
contra la idea de la modernidad como
progreso.
Un
planteamiento claramente deudor de Adler, como su propio autor reconoce, es el
de Thomas Szasz en El mito de la Enfermedad
Mental, obra que comúnmente pasa como una de las fundacionales de la Antipsiquiatría. Szasz lleva al extremo la
culpabilización del paciente, pues considera que los problemas personales de
disfunción psicológica deben ser entendidos como problemas político-morales que
el paciente, con la connivencia de la categorización médica de los mismos, no
quiere enfrentar y de los que se vale para, como Adler afirma una y otra vez,
sacar ventaja en relación a su autoestima y en las relaciones estratégicas de
poder en el medio de la vida cotidiana con los demás. Para Szasz, que procede a
un análisis histórico de la categorización médica de la histeria, el histérico
o la histérica son simuladores que juegan un juego, el de la enfermedad mental, que les da ventaja en
sus relaciones sociales y que les permite huir de un enfrentamiento “maduro” con
los problemas de relación con su entorno social.
Echar la
culpa de las disfunciones psicológicas al individuo que las padece es tan
arbitrario e injusto como echársela, tal y como hizo la Vulgata antipsiquiátrica,
a su entorno social. Tanto una cosa como otra lo que fácilmente producen es el agravamiento
del problema, creando más malestar en el enfermo o en las personas que lo
rodean. Por otra parte, la angustia que los síntomas producen es tal, y seguramente
los partidarios del enfoque moral de los problemas psicológicos nunca la han
sentido, que es impensable que el paciente
finja esos síntomas o juegue con ellos para sacar ventaja en las
relaciones psicológicas de poder con las personas de su entorno. Esos síntomas,
además, frecuentemente se manifiestan en la privacidad solitaria del paciente,
lo que descarta su utilidad social, en el sentido, como diría Adler según se le
ha traducido al castellano, de formar parte del “arreglito” del neurótico para
reforzar su “sentimiento de personalidad”.
Freud
también acusaba a la Psicología del Individuo de Adler, basada en los avatares
de la “voluntad de poder” psicológica como principio motivador y configurador de la acción y de la experiencia individuales,
de ser la psicología de un “mundo sin amor” Pero hay que tener en cuenta que
Adler, con posterioridad a las primeras exposiciones de su teoría, introdujo el
“sentimiento de comunidad” como móvil también básico de la vida individual, que
había que reforzar y alentar para evitar la acción patógena del “afán de superioridad”
con el que se intenta compensar el “sentimiento de inferioridad” originario. No
obstante, sí parece que la teoría de Adler
está hecha a la medida de un mundo donde dominan la competitividad y la
lucha por el reconocimiento, tal y como es el mundo liberal-capitalista. Tal y
como Adler presenta su teoría –sobre todo en su primera obra importante, El Carácter Neurótico –fácilmente da la
impresión de que ella no contempla la posibilidad de que la interacción social no sólo esté movida por un afán de superioridad
y de éxito que refuerce la autoestima individual sino que en ella pueda darse
no ya el “amor” sino más modestamente
una cooperación comunicativa dirigida a la ratificación consensual de
las pretensiones de verdad desinteresada que puedan presentar los participantes
en el proceso cotidiano de búsqueda del entendimiento. Tal vez, el Adler del “sentimiento
de comunidad” pueda servir para hacer ver que tal búsqueda de cooperación
comunicativa intersubjetiva no puede quedar garantizada por la simple
estructura pragmática del lenguaje, tal y como parece plantear la “ética del
discurso”, sino que requiere una predisposición individual pre-lingüística que tendría el carácter de un sentimiento y no
basta con la capacidad intelectual para el uso del lenguaje, que por la
necesidad de sus principios de uso o principios pragmáticos garantizaría ya
siempre la orientación de la acción comunicativa hacia el entendimiento
cooperativo.
La
psicología de Adler se presenta expresamente como una psicología de la adaptación
social. No se plantea en ningún momento
que en la no adaptación social pueda existir para el enfermo un valor cultural
supra-psicológico más importante y realizativo que el de la integración
armoniosa con su medio social dado. El “sentido común”, muy alabado por Adler,
que afirma que todos debemos llevarnos bien con el medio en el que hemos nacido
y que debemos integrarnos funcionalmente en él, no es puesto nunca en cuestión por
esta psicología. Pero puede ser el caso que la “tendencia depreciadora” del
neurótico, con la que él trata de reforzar su “sentimiento de personalidad”
originariamente herido, esté justificada objetivamente en algunos casos, y que
el desprecio hacia el medio social y las personas que lo forman sea lo que ese
medio y esas personas se merecen, e incluso que ese desprecio sea la actitud
correcta incluso moralmente, con independencia de cuál haya sido la génesis
psicológica de tal sentimiento de desprecio.
Por último manifestaremos
abiertamente cuál es nuestra posición sobre la pretensión de verdad de la
psicología de Adler: la teoría psicológica de Adler es más verdadera, pero la
de Freud es más subversiva, la de Jung más bonita y la de Lacan de mayor
alcance filosófico, y en lo cultural, en la producción de obras de valor humano, no destinadas a la dominación
de la realidad sino a la creación de mundos que enriquezcan la vida y sus
perspectivas, lo que importa no es la verdad sino lo interesante y la
profundidad.