martes, 10 de agosto de 2010

NOTA SOBRE UNA RECIENTE MODA DE LA FILOSOFÍA ACADÉMICA

Ahora parece que despunta en ámbitos académicos una retórica nihilista al servicio de un satanismo filosófico que parece ser que sueña con un regreso del genio maligno, que vence la exclusión cartesiana y se enseñorea no sé si de la modernidad o de su fracaso en la época posmoderna. Si por lo menos eso sirviera para epatar al burgués, pero me temo que lo que pueda venir de la marginalidad cultural académica no da ni para eso. Parece que la filosofía buscó alguna vez dar con argumentos a favor de la preeminencia ontológica del Bien, la Verdad y la Belleza, pero hoy sirve, entre otras muchas cosas dentro del pluralismo propio de su cultivo liberal, para que algunos nihilistas de cátedra o que aspiran a ella se solacen teóricamente, y no sé si también prácticamente, con la perspectiva de que el nihilismo, la negación de todo valor superior, es la última palabra, no sé si posmoderna, de la modernidad filosófica o de la historia metafísica de Occidente en general.
La filosofía es una retórica incontrolable donde cabe absolutamente todo y las malas personas que se dedican a ella pueden hacer auténticas virguerías que le dan fuste intelectual y también éxito social académico a su perversidad. Está bien que las personas bien nacidas y felizmente arraigadas en tradiciones depositarias de valores morales superiores pero que siguen creyendo que la disolución fáctica de los valores perpetrada por la modernidad puede ser combatida filosóficamente desde alguna corriente marginal dentro de la marginalidad académica se den cuenta de a dónde puede ser llevada la filosofía por las bellas almas perversas y culturalmente desarraigadas. Esas personas moralmente buenas y arraigadas en el Bien moral tradicional que se dedican a la filosofía pueden creer que la verdadera filosofía es la que ellos hacen y que la filosofía nihilista no es una auténtica filosofía, y además que ellas tienen el secreto metodológico que permite realizar una filosofía que proporciona el contenido material concreto del Bien, la Verdad y la Belleza. Pero no existe una razón ahistórica, fenomenológica o como se quiera, que pueda dar los contenidos axiológicos y cosmovisionales concretos que se requieren para poder construir una concepción material del Bien, la Verdad y la Belleza. En todo caso, con esa razón ahistórica se podría realizar, como en realidad hizo Kant, una reconstrucción de los principios formales que constituyen el orden del lenguaje con el que obtenemos el orden de la experiencia, pero sin que a partir de ellos podamos determinar qué concepción material particular de los valores superiores es la correcta.
Los que creen en la intuición de valores como fundamento de la moralidad deberían usar su capacidad intuitiva axiológica para echar un vistazo al mundo real exterior a su marginalidad filosófica y darse cuenta de cuál es el espíritu que representan los valores hoy práctico-materialmente vigentes, para que así se dieran cuenta de qué clase de filosofía es la que representa esa espíritu y por ello, a pesar estar aquejada también de marginalidad académica, podrá quedar en el futuro como la verdadera filosofía de nuestra época.