martes, 29 de junio de 2010

NOTA SOBRE EL MITO

Que un dogma religioso sea un mito no quiere decir simplemente que sea mentira, pues el mito es expresión de los deseos y aspiraciones más enraizadas del alma humana y de su estructura psicológica profunda y lugar privilegiado de lo esencial humano. Que sea una Revelación es otro cantar. Como dice el por otro lado poco recomendable, por ser teórico del racismo, H. S. Chamberlain, yerno de Richard Wagner, “los mitos no son simplemente un recurso para salir del paso y llenar lagunas, aquí y allí, sino el elemento fundamental que lo informa todo”. O como también ha sido expresado por el filósofo existencialista Karl Jaspers: “El mito es, pues, el lenguaje inexcusable de la verdad trascendente. La creación del auténtico mito es el verdadero esclarecimiento. Este mito alberga dentro de sí la razón y se halla bajo el control de la razón. Por medio del mito, por medio del símbolo y la imagen, adquirimos nuestra conciencia más profunda del límite”.
(Recojo estas citas del tan despreciado por la “escolástica” académica actual y sin embargo imprescindible libro de Georges Lukács “El asalto a la razón”, obra apropiadísima para entender y asimilar las corrientes filosóficas irracionalistas alemanas que en ella se pretende denostar, pues la mejor hermenéutica es la crítica hecha desde supuestos filosóficos cosmovisionales y políticos firmes, sean los que sean, y no las lindezas de la hermenéutica académica “investigadora”, que no quiere comprometerse política y cosmovisionalmente con nada.)
El autor moderno que más ha insistido en la importancia vital y política del mito ha sido Georges Sorel (gran admirador de la Iglesia católica como institución, por cierto), el ingeniero sublime, como yo le llamo, creador de lo que podemos llamar una revisión del marxismo irracionalista, antiintelectualista, antipacifista, antiprogresista y antirreformista, que veía en la lucha sindical obrera de su tiempo, con su mito de la huelga general, ante todo un revulsivo contra la decadencia burguesa, y que se convertiría en una de las fuentes del fascismo, de la que bebió el propio Mussolini en su deriva desde el socialismo revolucionario hacia la fundación del partido fascista. Para Sorel un ejemplo histórico de la fuerza y grandeza del mito estaba representado por el movimiento triunfante de los primeros cristianos.
El mito también ha sido revalorizado contemporáneamente por los profundos delirios, que tanto gustan a los esotéricos, de Jung y su inconsciente colectivo. Aunque aquí la apelación al poder de los “arquetipos” o representaciones míticas que subyacerían en un inconsciente desexualizado y sustancializado colectivamente desemboca, como bien observó Freud, dentro de la práctica terapéutica en las inoperantes vaguedades de la “autorrealización” entendida en el sentido de una trivial psicología del yo que ha abandonado la crucial problemática antropológica de la contradicción deseo-realidad, que es el núcleo fructífero de la concepción freudiana del inconsciente, potencialmente subversiva contra toda ensoñación “idealista”, esotérica o no esotérica, sobre lo humano.