sábado, 1 de mayo de 2010

CONTRIBUCIÓN AL MEJORAMIENTO DE LA MEMORIA HISTÓRICA

Para combatir los errores de la conciencia histórica que mucha gente tiene de la última guerra civil española lo primero y más necesario es aclarar lo siguiente: no fue una guerra entre democracia y dictadura sino un enfrentamiento cruento entre revolución y contrarrevolución . Y además: en el bando de la contrarrevolución había algunos que entendían esa contrarrevolución en los términos de una revolución fascista, no en los términos de la instauración de una dictadura tradicionalista y meapilas (nacional-católica). Hasta qué punto la pretendida revolución fascista era sólo un movimiento reactivo contra el comunismo, más que un proyecto de superación positiva del liberal-democratismo que chocaba con el marxismo a causa de estar en competencia revolucionaria con él, como decía Ramiro Ledesma Ramos, es una cuestión delicada y complicada. Quedándonos en lo anecdótico, conviene saber que, según nos cuenta Stanley G. Payne en su libro sobre las relaciones entre Franco y José Antonio, los generales conservadores y autoritarios del círculo de Franco, que eran propiamente “de derechas”, llamaban a los falangistas “nuestros rojos” y los “FAI-langistas”.
Por su parte, los obreros del bando republicano no luchaban por defender una democracia de carácter pequeñoburgués radical, tal y como se la representaba un puñado de maestros de escuela y de ateneístas, sino directamente por la revolución proletaria. En 1936 y en España como parte de la Europa donde había ya entonces un poderoso Estado obrero (o que todavía podía aparecer como obrero) que era una realidad y no una “utopía” de intelectuales, la opción “progresista” no era el democratismo pequeñoburgués radical, propio, como he dicho, de los cerebros feminoides de maestros de escuela “librepensadores” y de ateneístas como Azaña y del que hoy tenemos una expresión privilegiada en el presidente Zapatero, sino decididamente la revolución obrera y campesina.
Volvamos al otro bando para insistir en que el fascismo no puede ser comprendido si nos empeñamos en considerar la palabra “fascista” como sinónimo de ultraderechista autoritario y violento. Eso es lo que era Franco, pero en su bando había gente que era fascista de verdad, es decir, que creía en una “tercera vía”, frente a capitalismo y comunismo, que pudiera significar una “revolución con valores”. La objeción marxista a ese fascismo no consiste en denunciar su carácter “antidemocrático” o violento, sino en advertir que esa revolución, en tanto creía poder cambiar la sociedad sin tocar esencialmente sus “relaciones de producción”, tenía un carácter “ideológico”, o sea, de “falsa conciencia” o ilusión. A este respecto, habría que estudiar detenidamente si el corporativismo propuesto por los fascistas, llevado a sus últimas consecuencias, podría significar una alteración de las “relaciones de producción” capitalistas o si en cualquier caso, y dado el “desarrollo de las fuerzas productivas” dentro de la sociedad capitalista, esa propuesta no podría nunca dejar de ser una “ideología” paternalista.
Justamente, los “valores” de esa revolución fascista no eran precisamente los valores de “tranquilidad” y privacidad a resguardo de los avatares de la historia que estaban detrás del apoyo pequeñoburgués a Franco, sino precisamente los valores contrarios relativos al engrandecimiento histórico y colectivo y que pasaban, por ejemplo, en el momento del fin de la guerra española por el alineamiento bélico de nuestro país con las potencias del “Eje”. Esa era la contradicción en la que vivían los falangistas, de la que, por cierto, llegó a ser consciente, ya demasiado tarde, su líder. Que se enteren algunos fachas vulgares de lo que José Antonio decía, en la cárcel de Alicante, sobre el movimiento militar que llevó a Franco al poder:
“¿Qué va a ocurrir si ganan los sublevados? Un grupo de generales de honrada intención; pero de desoladora mediocridad política. Puros tópicos elementales (orden, pacificación de los espíritus...) Detrás: a) el viejo carlismo intransigente, cerril, antipático, b)las clases conservadoras, interesadas, cortas de vista, perezosas, c)el capitalismo agrario y financiero, es decir: la clausura en unos años de toda posibilidad de edificación de la España moderna. La falta de todo sentido nacional de largo alcance.”
E incluso, antes del golpe, una circular fechada el 24 del 6 del 36 y firmada por el propio José Antonio decía lo siguiente:
“Consideren todos los camaradas hasta qué punto es ofensivo para la Falange el que se la proponga tomar parte como comparsa en un movimiento que no va a conducir a la implantación del Estado Nacional-Sindicalista, al alborear de la inmensa tarea de reconstrucción Patria, bosquejada en nuestros 27 puntos, sino a reinstaurar una mediocridad burguesa conservadora orlada, para mayor escarnio, con el acompañamiento coreográfico de nuestras camisas azules” (cursiva mía).
Mayor lucidez política no se puede pedir. Así hablaba en junio del 36 un fascista auténtico, en las antípodas espirituales del militar pequeñoburgués conservador Francisco Franco, que nunca fue un fascista. Como dice Paul Preston, Franco no era fascista, era una cosa muchísimo peor.
En cualquier caso, y para terminar por el momento, diremos que si la famosa recuperación socialdemócrata de la “memoria histórica” de la Guerra Civil va a servir para dejar en evidencia como falsa la versión de ella que suele ofrecer una pequeña burguesía paleta y filistea que todavía se agita culturalmente y políticamente en mi circunstancia local, bienvenida sea.
Y desde luego, creo que con lo dicho hasta aquí habrá quedado claro que fascistas y antifascistas actuales no tienen ni puta idea de lo que es fascismo ni de lo que es antifascismo. La sociedad tardocapitalista ha creado una generación de analfabetos políticos de uno y otro signo. Y tal vez mejor que sea así, pues si hubiera fascistas y antifascistas de verdad entonces sí que podrían venir los verdaderos problemas para la tranquilidad burguesa y pequeñoburguesa y no las trifulcas marginales actuales entre fachillas de extracción social pija y miembros del lumpen estudiantil de extrema izquierda.