miércoles, 19 de mayo de 2010

CAMPEONES (escrito en 2008 con motivo de la victoria española en la Eurocopa de ese año)

En días de estupidez futbolística hemos podido volver a comprobar cómo la gente necesita someterse a los efectos estupefacientes de los productos culturales de masas para poder soportar la triste y miserable forma de vida que reserva para ella la sociedad tardocapitalista.
Si se hubiera producido la victoria de Alemania en la final de la Eurocopa, la estupidez festiva habría sido allí igual o mayor que la que hemos sufrido en España. En Alemania, tras la Segunda Guerra Mundial, se ha cometido un “culturicidio”, una destrucción de la tradición cultura espiritual de ese país, del que forma parte el éxito que allí se ha propagado del deporte más popular inventado en Inglaterra. La destrucción de la cultura tradicional espiritual de Alemania y su sustitución allí por una cultura de masas como la que existe en el resto de los países europeos americanizados (aunque el fútbol no ha triunfado en USA, el deportismo en general forma parte de la basura cultural de masas que nunca se habría propagado sin el impulso inicial del capitalismo norteamericano) supone un menoscabo de la integridad espiritual de toda la humanidad. Que Alemania sea hoy un país completamente americanizado y los alemanes se avergüencen de su pasado cultural espiritual es lo que debería avergonzarnos a todos los buenos europeos. No vamos a negar aquí que los alemanes cometieron terribles y catastróficos errores en el intento de traducir políticamente los contenidos de ese pasado cultural espiritual. Tales errores podrían tal vez haberse evitado si las potencias germánicas centrales, el Reich prusiano y el Imperio austro-húngaro, hubieran vencido en la Primera Guerra Mundial.
En la Alemania de esa época de la Primera Guerra Mundial , el historiador sociológico de la economía Werner Sombart ( que creía encontrar las raíces culturales del capitalismo, rechazado por sectores de la derecha espiritual alemana instalados en la antimodernidad romántica, no en la ética protestante del trabajo y la vocación, que era lo que defendía Max Weber, sino en el judaísmo) se subió al carro de los que exaltaban la “cultura” germánica frente a la mera “civilización” de los países europeos al oeste de Alemania con los que ésta estaba en guerra, y concretamente, en polémica contra el prosaísmo y la superficialidad de los ingleses y su moral utilitarista propia de comerciantes, llega a decir que el deporte, compañero inseparable de la comodidad que persigue el utilitarismo, es la única forma de quehacer cultural que las almas mezquinas de estos ingleses es capaz de comprender. A la mentalidad de tendero de los ingleses opone Sombart la heroicidad germánica. Mientras que el héroe se aproxima a la vida con la pregunta “¿Qué puedo ofrecerte?”, el comerciante sólo pregunta “¿Qué puedes darme?” el héroe desea ofrecer cosas, consumirse él mismo, hacer sacrificios... sin nada a cambio... El comerciante sólo habla de ”derechos”; el héroe sólo habla de sus deberes. Al describir la moral utilitarista propia de la mentalidad comercial inglesa, Sombart hace una referencia directa al fútbol: según el ideal “animalista” de los utilitaristas, el objetivo más elevado del quehacer humano es la felicidad del mayor número de individuos y esa felicidad es para ellos “comodidad con respetabilidad: pastel de manzana y servicio religioso dominical, pacificación y fútbol, ganar dinero y disponer de algún tiempo para practicar una afición”.
A muchos deportivos y deportistas se les puede ocurrir la vulgaridad de pensar que la asociación que establece Sombart entre deportismo y comodidad es falsa, pues, como el deporte exige “autosacrificio” competitivo, los deportistas caen del lado de la heroicidad. Pero el deportismo no es una forma de auténtica y superior heroicidad, sino que el deportismo forma parte del miserable proyecto vital de todos los que se conforman con una existencia burguesa sin complicaciones ideológicas, culturales o espirituales. Precisamente, el haber entendido la heroicidad no en un sentido espiritual y cultural sino en un sentido que implicaba la fuerza física y el poder material conseguido a través de la competitividad fue uno de los errores políticos que malograron lo que podía haber sido una revolución cultural antimoderna que podía haber triunfado en Europa entera. Y justamente los peores aspectos del fascismo histórico, el autoritarismo de las normas arbitrarias y la lucha descarnada por la supremacía, pueden ser detectados en la práctica de los deportes, aunque sea en forma de simulacro lúdico.
Aquí en España, en lugar de ser tan deportivos y tan modernos teníamos que ser, como dijo Nietzsche en una frase citada por Pemán en su libro “El español ante el diluvio”, un país de monjes y guerreros. Nosotros también tenemos una tradición cultural espiritual cuyos valores podrían ser utilizados contra la corriente ideológica moderna del liberal-capitalismo-cientificismo. Tanto en la cultura popular tradicional española como en las aportaciones intelectuales del arte, la literatura, la religión y el pensamiento españoles, cultura y aportaciones desconocidas o despreciadas por la práctica totalidad de los que salen a las calles con las banderas y la camiseta roja, podrían encontrarse valiosos contenidos para levantar una alternativa cultural al mundo de la globalización del americanismo y el “materialismo”. Y una alternativa cultural que no vendría dada por la cultura de pésimos poetastros y pintamonas cursis como los que existen incluso en mi pueblo, y tampoco por una cultura reducida a la lectura de novelas malas y a las visitas desinformadas a exposiciones pictóricas.
En ese mundo de la globalización del idiotismo único se ha dado un proceso de racionalización generalizada que a juzgar por las sofisticadas y especializadas explicaciones de algunos comentaristas radiofónicos ha alcanzado también al propio fútbol y sus sistemas de juego. Max Weber, que estudió magistralmente ese proceso de racionalización general que parece ser el destino de Occidente, anunció con total lucidez que tal proceso iba a llevar al triunfo de “especialistas sin espíritu, gozadores sin corazón”.
En relación con la crítica radical de la cultura de masas sucede algo que puede ser explicado con un símil religioso. En muchos aspectos de la cultura secularizada la religión tiene que servirnos de modelo. Igual que uno puede tener unas firmes e incuestionadas creencias religiosas, que le llevan por ejemplo a considerar que la pureza es un valor a defender siempre, y sin embargo puede caer en el pecado, el convencimiento de que la cultura de masas es basura y perversidad no impide que uno pueda, en algún momento de debilidad, dejarse estimular por ella para descansar de las cosas serias y valiosas de la vida. En relación con el campeonato europeo de fútbol, yo me acuso de haber visto a ratos el partido de la final y de haber celebrado el gol de España.
Por último, dejemos sólo señalado un problema cuyo tratamiento requeriría un cuidadoso y preparado descenso a ciertas profundidades referentes a la fundamentación filosófica de la crítica. Existe hoy un consenso universal, tanto en el mundo intelectual como en el no intelectual, sobre el respeto debido por igual a todas las formas de vida, preferencias culturales, gustos, aficiones y formas de concebir lo bueno y lo bello que puedan adoptarse dentro de unos límites impuestos por la igualdad del derecho de todos a decidir autónomamente qué tipo de vida y de contenidos vitales quiere uno elegir. Habría unos principios generales de convivencia determinables por la razón práctica, que puede establecer lo que es justo conforme a la igualdad de derechos de todos, pero el uso que se haga de esos derechos para diseñar la propia vida no sería valorable por un pensamiento que pudiera establecer de manera justificada racionalmente en qué consiste sustancialmente el vivir bien de los humanos. Los juicios de valor sobre formas de vida, gustos y aficiones no podrían formar parte de ninguna “ciencia” racional y deberían quedar librados, como decía metafóricamente Max Weber, al campo de batalla extrarracional donde luchan los dioses y demonios de cada uno. Que la forma de vida que tiene que adoptar la mayoría de la gente bajo las condiciones del tardocapitalismo es una forma de vida triste y miserable, como decíamos al principio, sería un juicio de valor meramente opinable, pero no decidible en su verdad por un uso público práctico de la razón. Debemos advertir sobre todo esto que nuestro propósito aquí ha sido sólo participar en esa lucha de valores a la que se refería Max Weber con su metáfora mitológica. Y para ello hemos hecho un uso retórico y expresivo de la palabra, desatendiendo las exigencias filosóficas de fundamentación racional última de lo que se dice. Ante la gravedad de una situación marcada por el dominio total de la cultura de las masas pequeño-burguesas y filisteas no debemos dejarnos enredar por exigencias y escrúpulos filosóficos de fundamentación (que, en todo caso, sólo conducirían hasta evidencias valorativas que no se pueden demostrar sino que se tienen o no se tienen), sino que hay que denunciar, siguiendo aquí también un modelo religioso, esa situación.