domingo, 8 de noviembre de 2009

CARTA SOBRE EL AMOR PLATÓNICO

El uso tópico y vulgar de la expresión “amor platónico”, aparte de ser una cursilada, es filosóficamente incorrecto y no hace justicia a la profundidad y sublimidad del significado supremo del amor en la obra de Platón. Concretamente, Platón trata el tema del amor en sus diálogos “El Banquete” y “Fedro”.
La doctrina platónica del amor se basa en la dialéctica ascendente del “eros”: desde el deseo de los cuerpos al deseo intelectual de lo bello ideal, desde la aprehensión de la belleza sensible, es decir captada por los sentidos, a la captación de la belleza inteligible, captada por el intelecto y que es una belleza pura y absolutamente perfecta.
Cuando amamos supremamente, primero descubrimos la belleza de un cuerpo y la
deseamos, luego ascendemos hasta la belleza del alma que se encierra en ese cuerpo y que es potencialidad para el bien y luego descubrimos la Idea de Belleza, puramente inteligible (racional, captada por la razón como armonía y perfección absolutas, no captable por los sentidos del cuerpo). Esa belleza ideal o Idea de Belleza es intemporal (nunca muere o pasa del ser al no-ser), inmutable (no sometida al cambio y por lo tanto no corruptible), no espacial sino ideal (es captada por la razón no como ser espacial sino como ser universal que está idealmente ante ella en todas partes) y absolutamente necesaria, no contingente (la belleza corporal de un ser particular podría no existir igual que existe, pero la belleza ideal existe necesariamente, pues para que exista algo que es más o menos bello, es decir la belleza de los cuerpos, tiene que existir como referencia de comparación algo ideal absolutamente bello)
Con esta dialéctica ascendente del amor en Platón se produce una sublimación moral, política y pedagógica del deseo de la belleza carnal, pues pasamos del deseo de procrear en los cuerpos bellos al deseo intelectual de educar en lo bueno, lo bello y lo verdadero a las almas que primero nos atrajeron por su unión con un cuerpo que nos aparecía como bello y que luego descubrimos como bellas en sí mismas, y así mismo deseamos conducir a esas almas hacia la fuente de su belleza, la Belleza ideal. A partir de nuestro conocimiento de esta Belleza suprema deseamos engendrar obras buenas -que son belleza, pues para Platón, como para su maestro Sócrates, lo bello, lo bueno y lo verdadero se identifican- ahora no en los cuerpos sino en las almas. Y esa acción de engendrar obras buenas es política pues, como es sabido, para los griegos y especialmente para Platón, el bien moral es inseparable de la “polis”, la sociedad política, por lo que hacer bueno al ser amado es también hacer de él un buen ciudadano.
Se ha dicho alguna vez que la doctrina del “eros “en Platón adelanta el concepto que Freud, el psicólogo y médico descubridor del inconsciente, tenía sobre la sublimación, es decir sobre la “espiritualización” del amor. Pero hay que tener en cuenta que mientras para Platón esa “espiritualización” nos conduce a un reino ideal donde existen las almas y sobre ellas la Idea o Forma suprema de la Belleza, para el materialismo de Freud la sublimación es una argucia, en última instancia provocada por nuestro inconsciente, para compensar el deseo carnal cuando su consumación es imposible, es decir y como dice él, cuando ese deseo está “coartado en su fin”.
Ha sido mi propósito tratar de una manera no cursi ni hortera el tema del amor y mostrar la riqueza y profundidad que puede tener este tema cuando lo tratamos sin sensiblerías y sin moralinas que sólo consiguen que nos quedemos en el tópico y no vislumbremos la idealidad y sublimidad que encierra este tema.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Nota a propósito de las películas "Katyn" de André Wajda y "Ágora" de Alejandro Amenábar

Todas las grandes corrientes y manifestaciones ideológicas, o si se quiere, político-espirituales de la historia han producido sangre. Y el cristianismo, que produjo guerras de religión, la persecución de brujas y herejes y los progromos de judíos, o la democracia liberal, que también se impuso a costa de la sangre, la del Terror jacobino y la de las revoluciones liberales posteriores, no son una excepción. Es normal que en el siglo XX, con la mayor población y los más avanzados medios técnicos, el número de víctimas haya sido mayor. Pero tal vez nosotros con nuestra renuncia a las complicaciones y pasiones ideológicas y el debilitamiento, como dicen algunos filósofos posmodernos, de las grandes referencias doctrinales y sus principios hayamos inventado la felicidad, como dijo Nietzsche en referencia al mundo de los "últimos hombres"...